LOS OFICIOS DE CRISTO

¿CÓMO ES CRISTO PROFETA, SACERDOTE Y REY?

EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
Había tres oficios principales en el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento: El de profeta (como Natán, 2ª S 7: 2); el de sacerdote (como Abiatar, 1ª S 30: 7), y el de rey (como el rey David, 2ª S 5:3). Estos tres oficios eran distintos.
El profeta comunicaba el mensaje del Dios al pueblo; el sacerdote ofrecía los sacrificios, las oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo; el rey gobernaba al pueblo como representante de Dios.
Estos tres oficios anticipaban la obra de Cristo en maneras diferentes. Por tanto, ahora podemos examinar de nuevo la obra de Cristo pensando en el significado de estos tres oficios o categorías.' Cristo cumplió estos tres oficios en las siguientes formas: Como profeta nos revela a Dios y da a conocer las palabras de Dios; como sacerdote ofrece un sacrificio a Dios a nuestro favor y él mismo es el sacrificio; y como rey él gobierna sobre la iglesia y también sobre el universo. Vayamos ahora al estudio de cada uno de ellos en detalle.

A. CRISTO COMO PROFETA

Los profetas del Antiguo Testamento le comunicaban al pueblo las palabras de Dios. Moisés fue el primer gran profeta, y escribió los primeros cinco libros de la Biblia, el Pentateuco. Después de Moisés hubo una sucesión de otros profetas que hablaron y escribieron las palabras de Dios.2Pero Moisés predijo que en el futuro vendría otro profeta como él.
El Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo escucharás. Eso fue lo que le pediste al Señor tu Dios y me dijo el Señor: «Levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande». (Dt 18: 15-18)
Sin embargo, cuando estudiamos los evangelios vemos que a Jesús no se le ve primariamente como profeta ni como el profeta como Moisés, aunque hay referencias ocasionales a este efecto. Con frecuencia los que llaman a Jesús un «profeta» conocen muy poco acerca de él. Por ejemplo, varias opiniones estaban circulando ¡Juan Calvino (1509-64) fue el primero de los grandes teólogos en aplicar estas tres categorías al trabajo de Cristo (vea su Institución de la religión cristiana, libro 2, capítulo 15). Estas categorías han sido adoptadas por los subsiguientes teólogos como una forma útil de entender los varios aspectos de la obra de Cristo.
A cerca de Jesús: «Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16: 14; Lc 9: 8). Cuando Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naín, las personas estaban atemorizadas y dijeron: «Ha surgido entre nosotros un gran profeta» (Lc 7: 16).
Cuando Jesús le habló a la mujer samaritana junto al pozo algo acerca de su vida pasada, la mujer inmediatamente respondió: «Señor, me doy cuenta de que tú eres profeta» Gn 4: 19). Pero en ese momento ella no conocía mucho acerca de él. La reacción del hombre que había nacido ciego cuando lo sanó en el templo fue similar: «Yo digo que es profeta» Gn 9:17; notemos que su creencia en Jesús como Mesías y divino no viene hasta los versículos 37-38, después de la subsiguiente conversación con Jesús).
Por tanto, «profeta» no es una designación primaria de Jesús ni una que se use con frecuencia acerca de él. De todos modos, había la expectativa de que el profeta semejante a Moisés vendría (Dt 18: 15,18). Por ejemplo, después que Jesús multiplicó los panes y los peces, algunas personas exclamaron: «En verdad éste es el profeta, el que ha de venir al mundo» Juan 6: 14; 7: 40). Pedro también identificó a Cristo como el profeta que Moisés predijo (vea Hechos 3:22-24, citando Dt 18: 15). Así que Jesús es el profeta que Moisés predijo.
Sin embargo, es significativo que en las epístolas nunca se habla de Jesús como profeta ni como el profeta. Esto es especialmente significativo en los primeros capítulos de Hebreos, porque allí había una oportunidad clara de identificar a Jesús como profeta si el autor hubiera querido hacerlo. Empieza diciendo: «Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo.
A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo» (He 1: 1-2).
Entonces después de hablar de la grandeza del Hijo en los capítulos 1-2, el autor no concluye esta sección diciendo: «Por tanto, consideren a Jesús, el más grande de los profetas», o algo parecido a eso, sino que más bien dice: «Por lo tanto, hermanos, ustedes que han sido santificados y que tienen parte en el mismo llamamiento celestial, consideren a Jesús, apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos» (He 3: 1).
¿Por qué evitan las epístolas del Nuevo Testamento el llamar a Jesús profeta? Al parecer porque, aunque Jesús es el profeta que Moisés anticipó, es mucho más grande que cualquiera de los otros profetas del Antiguo Testamento, en dos maneras:
1. ÉL ES AQUEL ACERCA DE QUIEN SE HABLABA EN LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.
Cuando Jesús habló con los dos discípulos en el camino a Emaús, él los llevó por todo el Antiguo Testamento, y les mostró que las profecías apuntaban hacia él: «Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras» (Lc 24: 27). Les dijo a estos discípulos: «Qué torpes son ustedes, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! y les señaló:
«¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria?» (Lc 24: 25-26; 1ª P 1: 11, donde se dice que los profetas del Antiguo Testamento testificaron «de antemano acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que vendría después de éstos»). Así que los profetas del Antiguo Testamento apuntaban al futuro hacia Cristo en lo que escribieron, y los apóstoles del Nuevo Testamento miraban hacia atrás a Cristo e interpretaban su vida para beneficio de la iglesia.
NOTA: En Lucas 24:19 los dos viajeros que iban por el camino de Emaús también hablaron de Jesús como «profeta», poniéndole de ese modo en la categoría general de líderes religiosos enviados por Dios, quizá lo hicieron para ayudar al extraño a quien suponían poco conocedor de los sucesos que rodearon la vida de Jesús.
2. JESÚS NO FUE SIMPLEMENTE UN MENSAJERO DE REVELACIÓN DE DIOS (COMO LO FUERON TODOS LOS OTROS PROFETAS), SINO QUE ÉL MISMO ERA LA FUENTE DE LA REVELACIÓN DE DIOS.
Más bien que decir como solían hacer todos los profetas del Antiguo Testamento «Así dice el Señor», Jesús podía empezar su enseñanza con autoridad divina con la asombrosa declaración: «Pero yo les digo» (Mt 5: 22). La palabra del Señor venía a los profetas del Antiguo Testamento, pero Jesús habló en base a su propia autoridad como el Verbo eterno de Dios Gn 1: 1) que nos revelaba perfectamente al Padre Gn 14: 9; He 1: 1-2).
En el sentido más amplio de profeta, refiriéndonos solo a alguien que nos revela a Dios y nos habla las palabras de Dios, Cristo, por supuesto, es verdadera y completamente un profeta. De hecho, él es aquel a quien los profetas del Antiguo Testamento prefiguraban en sus discursos y en sus acciones.

B. CRISTO COMO SACERDOTE

En el Antiguo Testamento, los sacerdotes eran nombrados por Dios para ofrecer sacrificios. También ofrecían oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo.
Mediante su ministerio «santificaban» al pueblo o le hacían aceptable para acercarse a la presencia de Dios, si bien es cierto que de una forma limitada en el período del
Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento Jesús se convirtió en nuestro sumo sacerdote. Este tema lo encontramos ampliamente desarrollado en la carta a los Hebreos, donde encontramos a Jesús funcionando como sacerdote en dos maneras.
1. JESÚS OFRECIÓ UN SACRIFICIO PERFECTO POR EL PECADO.
El sacrificio que Jesús ofreció por los pecados no fue la sangre de los animales como los toros o machos cabríos: «Ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados» (He 10: 4). En su lugar, Jesús se ofreció a sí mismo en sacrificio: «Si así fuera, Cristo habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo.
Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (He 9: 26).
Fue un sacrificio completo y definitivo, que nunca habrá que repetirse, tema en el que con frecuencia se hace hincapié en el libro de Hebreos (vea 7: 27; 9: 12, 24-28; 10: 1-2,10,12,14; 13: 12). Por tanto, Jesús cumplió todas las expectativas que fueron prefiguradas, no solo por los sacrificios del Antiguo Testamento, sino también por medio de la vida y acciones de los sacerdotes que los ofrecían: él fue a la vez el sacrificio y el sacerdote que ofrecía el sacrificio.
Jesús es ahora el «gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos» (He 4:14) y el que se ha presentado «ante Dios en favor nuestro» (He 9:24), puesto que él ha ofrecido un sacrificio que acaba para siempre con la necesidad de otros sacrificios.
2. JESÚS CONTINUAMENTE NOS LLEVA CERCA DE DIOS.
Los sacerdotes del Antiguo Testamento no solo ofrecían sacrificios, sino que también en una forma representativa entraban a la presencia de Dios en fechas determinadas a favor del pueblo.
Pero Jesús hace mucho más que eso. Como nuestro perfecto sumo sacerdote, nos lleva continuamente a la presencia de Dios de forma que ya no tenemos necesidad de un templo como el de Jerusalén, ni de un sacerdocio especial que esté entre Dios y nosotros. Y Jesús no entra a la parte interior (el lugar santísimo) de un templo terrenal En Jerusalén, sino que ha ido a lo que es equivalente al lugar santísimo en el cielo, a la misma presencia de Dios en el cielo (He 9:24).
Por tanto, tenemos la esperanza que le seguiremos allí: «Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre» (He 6: 19-20). Esto quiere decir que tenemos un privilegio mucho más grande que el que tuvieron los creyentes que vivieron en los tiempos del templo del Antiguo Testamento.
Ellos ni siquiera podían entrar al primer cuarto en el templo, el lugar santo, porque solo los sacerdotes podían entrar allí. y solo el sumo sacerdote podía entrar al cuarto más interior del templo, es decir, al lugar santísimo, y solo podía hacerlo una vez al año (He 9:1-7). Cuando Jesús ofreció un sacrificio perfecto por los pecados, la cortina o velo del templo que cerraba el lugar santísimo se rasgó de arriba abajo (Lc 23: 45), indicando de esa forma simbólica en la tierra que el camino de acceso a Dios en el cielo había quedado abierto mediante la muerte de Jesús el Cristo. Por tanto, el autor de Hebreos puede exhortar de esta manera tan asombrosa a todos los creyentes:
Así Que, Hermanos, Mediante La Sangre De Jesús, Tenemos Plena Libertad Para Entrar En El Lugar Santísimo, Por El Camino Nuevo Y Vivo Que Él Nos Ha Abierto A Través De La Cortina, Es Decir, A Través De Su Cuerpo; Y Tenemos Además Un Gran Sacerdote Al Frente De La Familia De Dios. Acerquémonos, Pues, A Dios Con Corazón Sincero Y Con La Plena Seguridad Que Da La Fe. (He 10: 19-22).
Jesús abrió para nosotros el camino de acceso a Dios de manera que podamos continuamente acercamos a la misma presencia de Dios sin temor, con «plena libertad» y con la «plena seguridad que da la fe».
3. COMO SUMO SACERDOTE, JESÚS ORA CONTINUAMENTE POR NOSOTROS.
Otra de las funciones sacerdotales en el Antiguo Testamento era la de orar a favor del pueblo. El autor de Hebreos nos dice que Jesús también cumple con esta función: «Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (He 7: 25). Pablo afirma lo mismo cuando dice que Cristo Jesús «está a la derecha de Dios e intercede por nosotros» (Ro 8: 34).
Algunos han argumentado que esta actividad de intercesión como sumo sacerdote es solo el acto de permanecer en la presencia del Padre como un recordatorio continuo de que él ya ha pagado el castigo por todos nuestros pecados. Según este punto de vista, Jesús no hace en realidad oraciones específicas a Dios el Padre sobre necesidades individuales en nuestra vida, y que «intercede» solo en el sentido de permanecer en la presencia de Dios como nuestro sumo sacerdote que nos representa.
Sin embargo, este punto de vista no parece coincidir con el vocabulario que se usa en Romanos 8: 34 y Hebreos 7: 25. En ambos casos, la palabra intercede traduce el término griego entygcano. La palabra no parece indicar simplemente «estar ante alguien representando a otra persona», sino que tiene claramente el sentido de hacer peticiones o solicitudes específicas delante de alguien.
Por ejemplo, Festo usa la palabra para decirle a Agripa: «Aquí tienen a este hombre. Todo el pueblo judío me ha presentado una demanda contra él» (Hch 25: 24). Pablo también la usa en cuanto a Elías cuando «acusó a Israel delante de Dios» (Ro 11: 2). En ambos casos las peticiones son muy específicas, no solo representaciones generales:
Podemos concluir, entonces, que tanto Pablo como el autor de Hebreos están diciendo que Jesús vive continuamente en la presencia de Dios para hacer peticiones específicas y para llevar a Dios peticiones específicas a nuestro favor. Esta es una función de Jesús, como Dios-hombre, para la que está singularmente calificado.
Aunque Dios se cuida de todas nuestras necesidades en respuesta a su observación directa (Mt 6: 8), no obstante, a Dios le ha placido en sus relaciones con la raza humana, actuar más bien en respuesta a la oración, porque, al parecer, él es glorificado mediante la fe que se muestra por medio de la oración.
Son especialmente agradables para él las oraciones de hombres y mujeres creados a su imagen y semejanza.
En Cristo, A Un Hombre Verdadero Y Perfecto, Que Ora Por Nosotros Y De Ese Modo Dios Es Glorificado Continuamente Mediante La Oración. Así Nuestra Condición Humana Se Eleva A Una Posición Exaltada: «Hay Un Solo Dios Y Un Solo Mediador Entre Dios Y Los Hombres, Jesucristo Hombre» (1ª Ts. 2: 5).
Pero solo en su naturaleza humana Jesús no podía ser, por supuesto, un sumo sacerdote así para todo su pueblo en todo el mundo. Él no podía oír las oraciones de personas que estaban lejos, no podía escuchar las oraciones que eran solo dichas en la mente de las personas. Él no podía oír todas las peticiones simultáneamente (porque en el mundo en cualquier momento determinado hay millones de personas que están orando a Jesús).
Por tanto, a fin de ser el sumo sacerdote perfecto que intercede por nosotros, él tiene que ser Dios además de hombre. Él tiene que ser uno que en su naturaleza divina puede conocer todas las cosas y llevarlas a la vez a la presencia del Padre. Con todo, debido a que se hizo hombre y continúa siendo un hombre, tiene el derecho de representarnos ante Dios y puede expresar su petición desde la perspectiva del sumo sacerdote compasivo que conoce por experiencia lo que nosotros estamos pasando.
Por tanto, Jesús es la única persona en todo el universo que puede por toda la eternidad ser un sumo sacerdote celestial que es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, exaltado para siempre sobre los cielos.
El pensamiento de que Jesús está continuamente orando a nuestro favor debe darnos gran aliento. Él siempre ora por nosotros conforme a la voluntad del Padre, de manera que podamos saber que sus peticiones son concedidas. Berkhof dice:
Es Un Pensamiento Consolador Saber Que Cristo Está Orando Por Nosotros, Incluso Cuando Somos Negligentes En Nuestra Vida De Oración; Que Está Presentando Al Padre Aquellas Necesidades Espirituales Que No Estaban Presentes En Nuestra Mente Y Que A Menudo Olvidamos Incluir En Nuestras Oraciones; Y Que Ora Por Nuestra Protección En Contra De Peligros De Los Que No Estamos Conscientes, Y En Contra De Enemigos Que Nos Amenazan, Aun Cuando Nosotros No Nos Demos Cuenta. Está Orando Que Nuestra Fe No Cese Y Que Salgamos Al Final Vencedores.
NOTA: La literatura fuera del Nuevo Testamento provee de otros ejemplos del uso de entygchano que significa «presentar peticiones o solicitudes». Vea, p. ej., Sab. 8:21 «<Recurrí al señor y le pedí, y dije con todo mi corazón» (Biblia Jerusalén); 1ª Mac. 8: 32; 3 Mac. 6: 37.
(Ellos le pidieron al rey que los enviara de regreso a su hogar); 1 Cle. 56: 1; Eps. Pe Policarpo a los Filipenses 4:3; Josefo, Antigüedades 12: 18; 16: 170 (los judíos de Cirene le hicieron una petición a Marco Agripa en relación con personas en su tierra que falsamente estaban recogiendo impuestos). Se pueden encontrar también otros ejemplos (cf. también Ro 8:27, y usando una palabra relacionada, v. 26).

C. CRISTO COMO REY

En el Antiguo Testamento el rey tenía la autoridad de gobernar sobre la nación de Israel. En el Nuevo Testamento, Jesús nació para ser rey de los judíos (Mt 2:2), pero rehusó los intentos de las personas para hacerle rey terrenal con poder terrenal militar y político Jn6: 15).Jesús respondió a Pilato: «Mi reino no es de este mundo.
Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo» jn 18: 36). Sin embargo, Jesús tiene un reino cuya llegada él anunció en su predicación (Mt 4: 17,23; 12: 28). Él es en realidad el verdadero rey del nuevo pueblo de Dios. Por eso no quiso reprender a sus discípulos cuando le aclamaban en su entrada triunfal a Jerusalén: «Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!» (Lc 19:38; cf. vv. 39-40; también Mt21: 5; Jn 1: 49; Hch 17: 7).
Después de su resurrección, Jesús recibió del Padre mucha más autoridad sobre la iglesia y el universo. Dios lo resucitó de entre los muertos y «lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y dio como cabeza de todo a la iglesia» (Ef 1: 20-22; Mt 28: 18; 1ª Co 15: 25).
Esa autoridad sobre la iglesia y sobre el universo quedará completamente reconocida por las personas cuando Jesús regrese a la tierra en poder y gran gloria para reinar (Mt 26: 64; 2ª Ts 1: 7-10; Ap 19: 11-16). En aquel día será reconocido como «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19: 16) y toda rodilla se doblará ante él (Fil 2: 1O).

D. NUESTROS PAPELES COMO PROFETAS, SACERDOTES Y REYES

Si miramos retrospectivamente a la situación de Adán antes de la Caída, y más adelante a nuestro estatus futuro con Cristo en el cielo por toda la eternidad, podemos ver que estos papeles de profeta, sacerdote y rey tenían paralelismos en la experiencia que Dios pensó originalmente para el hombre, y se volverán a cumplir en nuestra vida en el cielo.
En el huerto del Edén, Adán era un (profeta) en el sentido de que tenía verdadero conocimiento de Dios y que siempre habló verazmente acerca de Dios y de su creación. Era un «sacerdote)) en que era capaz de ofrecer libre y abiertamente oraciones y alabanzas a Dios. No había necesidad de sacrificios por el pago de los pecados, pero en otro sentido de sacrificio el trabajo de Adán y Eva hubiera sido una ofrenda a Dios de gratitud y acción de gracias, y hubiera sido un (sacrificio) de otra clase (He 13: 15). Adán y Eva serían también «reyes» en el sentido de tener dominio y autoridad sobre la creación (Gn 1: 26-28).
Después de que el pecado entrara en el mundo, los seres humanos caídos ya no funcionaron más como profetas, porque creyeron informaciones falsas acerca de Dios y hablaron falsamente acerca de él y de otros. Ya no tenían acceso sacerdotal a Dios porque el pecado los alejó de su presencia. En vez de tener dominio sobre la creación como reyes, quedaron sujetos a la dureza de la creación y tiranizados por las inundaciones, las sequías y las tierras improductivas, así como por la crueldad de los tiranos humanos. La nobleza del hombre con la que Dios le había creado para ser profeta, sacerdote y rey- se perdió por causa del pecado.
Hubo una recuperación parcial de la pureza de estas tres posiciones en el establecimiento de los tres oficios de profeta, sacerdote y rey en el reino de Israel. De vez en cuando hombres piadosos ocuparon estas posiciones. Pero también aparecieron falsos profetas, sacerdotes deshonestos y reyes déspotas, y la pureza y santidad original que Dios deseaba para el cumplimiento de estas funciones nunca fue completa.
Cuando Cristo vino, vimos por primera vez el cumplimiento de estas tres funciones, dado que él fue el profeta perfecto que declaró plenamente las palabras de Dios, el sacerdote perfecto que ofreció el sacrificio supremo por el pecado y que llevó a su pueblo más cerca de Dios, y el verdadero y legítimo rey del universo que reinará para siempre con un cetro de justicia sobre nuevos cielos y nueva tierra.
Pero maravillosamente nosotros como cristianos empezamos a imitar a Cristo en cada uno de estos papeles, aunque en una forma subordinada. Tenemos una función «profética» al proclamar el evangelio al mundo llevando a las personas la Palabra salvadora de Dios. De hecho, cada vez que hablamos verazmente acerca de Dios a los creyentes o a los incrédulos estamos cumpliendo una función «profética» (usando la palabra profética en un sentido muy amplio).
SOMOS TAMBIÉN SACERDOTES, PORQUE PEDRO NOS LLAMÓ «REAL SACERDOCIO» (1ª P 2: 9).
Nos invita a que seamos edificados en un templo espiritual para llegar «a ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo» (1ª P 2: 5). El autor de Hebreos también nos ve como sacerdotes capacitados para entrar al lugar santísimo (He 10: 19, 22) y ofrecer «continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre» (He 13: 15).
También nos dice que nuestras buenas obras son sacrificios agradables a Dios: «No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque ésos son los sacrificios que agradan a Dios» (He 13: 16). Pablo también tenía en mente un ministerio sacerdotal cuando escribe: «Hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Ro 12: 1).
Nosotros también compartimos en parte en el reinado de Cristo, puesto que hemos sido resucitados para sentamos con él en los lugares celestiales (Ef 2: 6), y por tanto participando en cierto grado de su autoridad sobre las fuerzas espirituales malignas que pueden dirigirse contra nosotros (Ef. 6: 10-18; Stg 4: 7; 1ª P 5: 9; 1ª Jn 4: 4). Dios incluso ha puesto en nuestras manos autoridad sobre varias áreas en este mundo o en la iglesia, dándonos algo de autoridad sobre mucho y algo de autoridad sobre poco. Pero cuando el Señor regrese los que sean fieles sobre lo poco les será dada autoridad sobre mucho (Mt 25: 14-30).
Cuando Cristo regrese y reine sobre los nuevos cielos y nueva tierra, seremos una vez más verdaderos «profetas» porque nuestro conocimiento será perfecto y conoceremos como somos conocidos (1ª Co 13: 12). Hablaremos entonces solo la verdad acerca de Dios y acerca de este mundo, y se cumplirá en nosotros el propósito profético original que Dios tenía con Adán.
Seremos sacerdotes para siempre, porque le adoraremos eternamente y ofreceremos oraciones a Dios al contemplar su rostro y morar en su presencia (Ap 22: 3-4). Continuamente nos ofreceremos a nosotros mismos y todo lo que somos y tenemos como sacrificios a nuestro Rey que todo lo merece.
Nosotros también, en sujeción a Dios, participaremos en el gobierno del universo, porque reinaremos con él «por los siglos de los siglos» (Ap 22: 5). Jesús dice: «Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono» (Ap 3: 21). De hecho, Pablo les dice a los corintios: «¿Acaso no saben que los creyentes juzgarán al mundo? ¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos?» (1ª Co 6: 2-3).
Por tanto, por toda la eternidad, funcionaremos para siempre como profetas, sacerdotes y reyes subordinados, siempre sujetos al Señor Jesucristo, el profeta, sacerdote y rey supremo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Puede usted ver algunas formas en las que entender el papel de Cristo como profeta, sacerdote y rey le ayudará a entender mejor las funciones de los profetas, sacerdotes y reyes del Antiguo Testamento? Lea la descripción del reino de Salomón en 1ª Reyes 4: 20-34 y 1ª Reyes 10: 14-29. ¿Ve usted en el reino de Salomón alguna prefigura de los tres oficios de Cristo? ¿Ve alguna prefigura del reino eterno de Cristo? ¿Piensa usted que tiene ahora privilegios mayores o menores como miembro de la iglesia en esta era del nuevo pacto?
2. ¿Puede usted ver algún cumplimiento del papel de profeta en su vida ahora? ¿O del papel del sacerdote? ¿O del papel de rey? ¿Cómo se podrían desarrollar cada una de estas funciones en su propia vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Intercesión, profeta, rey, sacerdote
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR

1ª Pedro 2: 9-10: Pero Ustedes Son Linaje Escogido, Real Sacerdocio, Nación Santa, Pueblo Que Pertenece A Dios, Para Que Proclamen Las Obras Maravillosas De Aquel Que Los Llamó De Las Tinieblas A Su Luz Admirable. Ustedes Antes Ni Siquiera Eran Pueblo, Pero Ahora Son Pueblo De Dios; Antes No Habían Recibido Misericordia, Pero Ahora Ya La Han Recibido.