DOCTRINA DE JESUCRISTO EN EL EVANGELIO DE MATEO. 1ª PARTE. CAP. 1 AL 11

MATEO 
(griego, del hebreo Mattai, abreviatura de Mattanya, que significa regalo de Dios). Uno de los doce apóstoles de Jesús, aunque su nombre no aparece en todas las listas de estos (Mt 10.3; Mc 3.18; Lc 6.15; Hch 1.13). Solo Mateo 10.3 informa que era PUBLICANO. Según Mt 9.9, Mateo se encontraba sentado en el puesto del cobrador en Capernaum cuando el Señor lo llamó. En los pasajes paralelos, sin embargo, a este apóstol se le llama LEVÍ, y Marcos añade la frase «hijo de Alfeo» (Mc 2.14; Lc 5.29).
Sin duda se ha de ver en Mateo: Leví un nombre doble.
La cena ofrecida después del llamamiento de Mateo parece haber tenido lugar en la propia casa de este (Mt 9.10 indica sencillamente «en la casa»; Mc 2.15 y Lc 5.29 rezan: «en su casa», que difícilmente podría referirse a la de Jesús). Cabe notar que como aduanero sabría escribir y que además del arameo, conocía también el griego.
Fuera de los textos mencionados no hay otra referencia personal a Mateo en el Nuevo Testamento. Papías (siglo II d.C.) dice que Mateo «compiló los oráculos [del Señor] en lengua hebrea [o sea, arameo], y cada uno los traducía [o interpretaba] luego como podía». Por tanto, la iglesia primitiva creía que Mateo era el autor del Evangelio que lleva su nombre, a pesar de que este Evangelio se escribió en griego.
Hoy muchos eruditos no creen que Mateo haya sido el autor del Evangelio, si bien algunos admiten que posiblemente fuera compilador de los dichos de Jesús, o de las numerosas citas del Antiguo Testamento, y que por eso lleva su nombre. Otros suponen que Mateo fue secretario del grupo de discípulos que registró los dichos de Jesús, y así se constituiría en el autor. Sin embargo, en el Evangelio mismo no se identifica al autor. (MATEO, EVANGELIO DE.)
EVANGELIO DE MATEO: En los primeros siglos de nuestra era, Mateo se distinguía como el más leído e influyente de los cuatro Evangelios. En la mayoría de las listas de los libros del Nuevo Testamento Mateo aparece en primer lugar. De esto hay tres posibles explicaciones:
(1) fue el primer Evangelio escrito;
(2) lo escribió un apóstol y esto se creía firmemente en aquel entonces y:
(3) fue muy apreciado en la iglesia debido a su forma literaria y didáctica.
ESTRUCTURA DEL LIBRO
Una de las razones de la inmensa popularidad de Mateo es la forma ordenada, concisa y cuidadosa en que fue escrito. El evangelista procede según un plan bien trazado a recopilar su materia según temas, aunque no siempre en forma cronológica.
Reúne en cinco grandes discursos didácticos mucha materia que se encuentra dispersa a través de los otros sinópticos (aunque véase el Sermón del Llano en Lucas 6.17–49).
Los cinco discursos presentan diversas facetas del tema central del Evangelio, que es el Reino de los cielos:
(1) Mt 5–7, el SERMÓN DEL MONTE;
(2) Mt 10, el discurso misionero;
(3) Mt 13, las parábolas del Reino;
(4) Mt 18, el discurso sobre los pequeños y sobre los disgustos entre hermanos;
(5) Mt 24 y 25, el discurso escatológico. Estos discursos forman la espina dorsal del Evangelio. Señala su importancia la fórmula concluyente: «Y cuando terminó Jesús estas palabras» u otra frase semejante (7.28; 11.1; 13.53; 19.1; 26.1). Aunque algunos eruditos consideran como otro discurso la diatriba contra los escribas y fariseos (Mt 23), esta omite la fórmula concluyente y no trata de una enseñanza específica sobre el reino como los otros discursos.
Entre un discurso y otro, Mateo ha intercalado muchas narraciones del ministerio de Jesús. Esta manera de presentar el mensaje integral de Jesús demuestra la relación íntima que debe haber entre los hechos de la vida de Jesús y la enseñanza del reino con su ética correspondiente.
Otra manera de bosquejar el Evangelio es a partir de la frase «desde entonces», que se halla en 4.17 (al principio del ministerio de Jesús, cuando va creciendo su popularidad) y en 16.21 (en la declinación de su ministerio que culmina en su muerte).
AUTOR Y FECHA
Hasta hace relativamente pocos años era unánime la creencia de que MATEO-LEVÍ había escrito el primer Evangelio, pero actualmente la mayoría de los eruditos ponen en tela de juicio tal paternidad. El problema gira alrededor de dos factores:
(1) Mateo contiene casi todo el material contenido por el EVANGELIO DE MARCOS, escritor no apostólico, de lo cual es posible deducir que Mateo dependía de Marcos. Sería inconcebible que un apóstol y testigo ocular del ministerio de Jesús se apoyara en uno que no lo era (EVANGELIOS).
(2) No se sabe a ciencia cierta cuál fue la lengua original del Evangelio: según Papías (Eusebio, Hist. Eccl. III, 39, 16), «Mateo ordenó los logia del Señor en el dialecto de los hebreos [que significa arameo] y cada uno los interpretaba [o traducía] como podía». Se discute arduamente si logia quiere decir «los dichos del Señor» (que significa, su enseñanza) o «los escritos acerca del Señor» (quizás el Evangelio completo). Según algunos eruditos, el texto actual de Mateo parece haberse escrito originalmente en griego. De ser así, dicen, el apóstol Mateo no pudo haberlo escrito. Desde luego, el apóstol era de Galilea, región bilingüe, por lo que es muy posible que haya dominado ambos idiomas.
De todos modos, el testimonio de los Padres de la Iglesia en los primeros siglos sostiene la tesis de la paternidad de Mateo, aunque todos los Evangelios son anónimos y nada nos obliga a creer como artículo de fe la atribución tradicional (SEUDONIMIA).
Dos detalles nos inclinan a creer que Mateo tuvo algo que ver con la composición:
(1) en 10.3 se llama a Mateo «el PUBLICANO», cosa que Mateo mismo hubiera podido hacer, pero no otros (cp Mc 3.18 y Lc 6.15, donde falta este epíteto);
(2) en Mateo 9.10 se localiza la fiesta de Mateo sencillamente «en la casa» como si fuera su propia casa, mientras los otros sinópticos (Mc 2.15; Lc 5.29) usan «en su casa», refiriéndose directamente a la de Mateo (Leví).
La composición de Mateo tiene sus raíces en el mismo universalismo del mensaje de Jesús, porque desde el principio fue necesario explicar a los judíos que su fe, tradicionalmente limitada a Israel, iba a ser compartida con los gentiles. Al comienzo los judíos no comprendieron las implicaciones de esto, y aún después de iniciada la misión a los gentiles, pensaron que estos tendrían que satisfacer todos los requisitos del judaísmo para entrar en el Reino. Así que el problema de Mateo es el de explicar cómo el REINO DE LOS CIELOS, claramente profetizado en el Antiguo Testamento, se da, no a los que rechazan al Mesías, sino a todos los que reciben a Jesús como Señor y producen los frutos del Reino (21.43).
Además, puesto que Jesús se constituyó en Señor del cielo y de la tierra (28.18), era preciso proclamar su señorío universal a todo el mundo (28.19). Aunque la necesidad de escribir este Evangelio existía desde el tiempo de Jesús, no fue sino hasta poco después de iniciada la misión a los gentiles y aun hasta más tarde en el siglo I, al agudizarse la oposición judía hacia el cristianismo, cuando se halló verdadera ocasión para su composición. Por eso se han sugerido fechas que se extienden desde la quinta década hasta la novena; no hay consenso al respecto.
Algunos aseguran que 22.7 se refiere a la destrucción de Jerusalén ya acaecida, lo cual favorecería una fecha posterior a 70 d.C. Pero como no hay referencia clara a esta destrucción se podría admitir una fecha de la sexta o séptima década (en todo caso, después de la publicación de Marcos).
MARCO HISTÓRICO
Es creencia casi universal que Mateo se escribió para los judíos. Esto se basa en los siguientes hechos:
(1) La genealogía de Mateo 1.1–17 comprende únicamente la historia de Israel, desde su fundador Abraham, hasta Jesús (la genealogía de Lucas 3.23–38 se remonta hasta Adán).
(2) Las muchas citas del Antiguo Testamento tienen por objeto mostrar que en Jesús se cumplen las esperanzas mesiánicas; de especial interés son las once citas precedidas por la frase «para que se cumpliese lo dicho por el profeta» (1.22s; 2.17s, 23; 4.14ss; 8.17; 12.17ss; 13.35; 21.4s; 26.56; 27.9s; cf. 26.54).
(3) La Ley Mosaica y otras ideas del judaísmo se contrastan con la palabra de Jesús, que evidentemente es superior.
(4) Algunos ven en los cinco grandes discursos del Evangelio (cf. los cinco libros de Moisés) un indicio de que Mateo ve a Jesús como el nuevo legislador, el nuevo Moisés que da sus leyes desde otro monte.
(5) También hay referencias a los judíos en sus relaciones con los gentiles (8.11s; 21.33–45, especialmente el versículo 43). Estos detalles, y otros más, parecen indicar que el autor escribía para judíos, o judeocristianos de habla griega (sin excluir a los gentiles), y trataba de explicar cómo el reino prometido a los judíos les fue quitado a estos y dado a los gentiles.
El objetivo básico del Evangelio ha sido muy discutido: algunos recalcan su propósito catequístico; otros, su carácter litúrgico, y otros, su finalidad apologética o misionera. La verdad seguramente se halla en una combinación de varias de estas sugerencias. Sin embargo, el tema central y preponderante es sin duda el Reino de los cielos.
APORTE A LA TEOLOGÍA
La estructura literaria de Mateo encierra también una estructura teológica, porque en los cinco discursos enseña lo fundamental acerca del «reino de los cielos»:
(1) en el Sermón del Monte, versículos 5–7, nos da las leyes básicas del Reino;
(2) el discurso misionero, versículo 10, presenta la imperiosa necesidad de proclamar el mensaje del Reino a los demás;
(3) las parábolas del Reino, versículos 13, declaran el desarrollo del Reino y su concepto total desde el punto de vista cronológico;
(4) el discurso de Mateo 18 enseña las relaciones personales y la comunión que deben prevalecer dentro del Reino; y:
(5) el discurso escatológico, versículos 24 y 25, destaca el desenlace de todo el proceso del Reino en la SEGUNDA VENIDA DE CRISTO.
OTROS PUNTOS IMPORTANTES
Mateo es el único Evangelio que usa la palabra «iglesia» (16.18; 18.17), y por eso se le llama el «Evangelio eclesial». Sin embargo, la frase «pueblo de Dios» describe mejor la iglesia en nuestros días, y este concepto se encuentra repetidamente en los Evangelios.
Únicamente Mateo usa la frase «REINO DE LOS CIELOS», aunque también emplea cuatro veces el sinónimo «reino de Dios».
Se caracteriza por algunas tensiones y paralelismos interesantes:
(A) entre el señorío del Padre (11.25) y el de Jesús (28.18);
(B) entre el cielo (o Dios) y la tierra (o el hombre) (6.1–20; 7.11; 10.32s; 16.17, 19; 18.18s; 21.2);
(C) entre la presencia física de Jesús (1.23) y su presencia espiritual durante su ausencia física (18.20; 28.20);
(D) entre el castigo de los judíos por su rechazamiento del Mesías (8.11s; 21.43; 24.3–13, destrucción de Jerusalén) y el castigo de los gentiles que no fueran fieles a la voluntad de Jesús (25.31–46).
CAPÍTULO

1

LA GENEALOGÍA DE JESÚS.

1 Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.
2 Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos.
3 Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram.
4 Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón.
5 Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí.
6 Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías.
7 Salomón engendró a Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa.
8 Asa engendró a Josafat, Josafat a Joram, y Joram a Uzías.
9 Uzías engendró a Jotam, Jotam a Acaz, y Acaz a Ezequías.
10 Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amón, y Amón a Josías.
11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia.
12 Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel.
13 Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliaquim, y Eliaquim a Azor.
14 Azor engendró a Sadoc, Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud.
15 Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob;
16 y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo.
17 De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce.
Vv. 1—17. Acerca de esta genealogía de nuestro Salvador, obsérvese la intención principal. No es una genealogía innecesaria. No es por vanagloria como suelen ser las de los grandes hombres. Demuestra que nuestro Señor Jesús es de la nación y familia de la cual iba a surgir el Mesías. La promesa de la bendición fue hecha a Abraham y su descendencia; la del dominio, a David y su descendencia.
Se prometió a Abraham que Cristo descendería de él, Génesis 12: 3; 22: 18; y a David que descendería de él, 2 Samuel 7: 12; Salmo 89. 3, y siguientes; 132: 11; por tanto, a menos que Jesús sea hijo de David, e hijo de Abraham, no es el Mesías. Esto se prueba aquí con registros bien conocidos. Cuando plugo al Hijo de Dios tomar nuestra naturaleza, Él se acercó a nosotros en nuestra condición caída, miserable; pero estaba perfectamente libre de pecado: y mientras leamos los nombres de su genealogía no olvidemos cuán bajo se inclinó el Señor de la gloria para salvar a la raza humana.

UN ÁNGEL SE LE APARECE A JOSÉ.

18 El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.
19 José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente.
20 Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.
21 Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
22 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo:
23 He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.
24 Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer.
25 Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.
Vv. 18—25. Miremos las circunstancias en que entró el Hijo de Dios a este mundo inferior, hasta que aprendamos a despreciar los vanos honores de este mundo, cuando se los compara con la piedad y la santidad. El misterio de Cristo hecho hombre debe ser adorado; no es para inquirir en esto por curiosidad. Fue así ordenado que Cristo participara de nuestra naturaleza, pero puro de la contaminación del pecado original, que había sido comunicado a toda la raza de Adán.
Fíjese que es al reflexivo a quien Dios guiará, no al que no piensa. El tiempo de Dios para llegar con instrucción a su pueblo se da cuando están perdidos. Los consuelos divinos confortan más al alma cuando está presionada por pensamientos que confunden. Se dice a José que María debía traer al Salvador al mundo. Tenía que darle nombre, Jesús, Salvador. Jesús es el mismo nombre de Josué.
La razón de este nombre es clara, porque aquellos a quienes Cristo salva, los salva de sus pecados; de la culpa del pecado por el mérito de su muerte y del poder del pecado por el Espíritu de Su gracia. Al salvarlos del pecado, los salva de la ira y de la maldición, y de toda desgracia, aquí y después. Cristo vino a salvar a su pueblo no en sus pecados, sino de sus pecados; y, así, a redimirlos de entre los hombres para sí, que es apartado de los pecadores.
José hizo como le ordenó el ángel del Señor, rápidamente y sin demora, jubilosamente, sin discutir. Aplicando las reglas generales de la palabra escrita, debemos seguir la dirección de Dios en todos los pasos de nuestra vida, particularmente en sus grandes cambios, que son dirigidos por Dios, y hallaremos que esto es seguro y consolador.
CAPÍTULO

2

LOS MAGOS BUSCAN A CRISTO.

1 Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos,
2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.
3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.
4 Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo.
5 Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta:
6 Y tú, Belén, de la tierra de Judá, No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; Porque de ti saldrá un guiador, Que apacentará a mi pueblo Israel.
7 Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella;
8 y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.
Vv. 1—8. Los que viven completamente alejados de los medios de gracia suelen usar la máxima diligencia y aprenden a conocer lo máximo de Cristo y de su salvación. Pero ningún arte curioso ni el puro aprendizaje humano pueden llevar a los hombres a Él.
Debemos aprender de Cristo atendiendo a la palabra de Dios, como luz que brilla en un lugar oscuro, y buscando la enseñanza del Espíritu Santo. Aquellos en cuyo corazón se levanta la estrella de la mañana, para darles el necesario conocimiento de Cristo, hacen de su adoración su actividad preferente.
Aunque Herodes era muy viejo, y nunca había mostrado afecto por su familia, y era improbable que viviera hasta que el recién nacido llegara a la edad adulta, empezó a turbarse con el temor de un rival. No comprendió la naturaleza espiritual del reino del Mesías.
Cuidémonos de la fe muerta. El hombre puede estar persuadido de muchas verdades y aun puede odiarlas, porque interfieren con su ambición o licencia pecaminosa. Tal creencia le incomodará, y se decidirá más a oponerse a la verdad y la causa de Dios; y puede ser suficientemente necio para esperar tener éxito en eso.

LOS MAGOS ADORAN A JESÚS.

9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño.
10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.
11 Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
12 Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
Vv. 9—12. Cuánto gozo sintieron estos sabios al ver la estrella, nadie lo sabe tan bien como quienes, después de una larga y triste noche de tentación y abandono, bajo el poder de un espíritu de esclavitud, al fin reciben el Espíritu de adopción, dando testimonio a sus espíritus que son hijos de Dios.
Podemos pensar qué desilusión fue para ellos cuando encontraron que una choza era su palacio, y su propia y pobre madre era la única servidumbre que tenía. Sin embargo, estos magos no se creyeron impedidos, porque habiendo hallado al Rey que buscaban, le ofrecieron sus presentes.
Quien busca humilde a Cristo no tropezará si lo halla a Él y a sus discípulos en chozas oscuras, después de haberlos buscado en vano en los palacios y ciudades populosas. ¿Hay un alma ocupada en buscar a Cristo? ¿Querrá adorarlo y decir, ¡sí!, yo soy una criatura pobre y necia y nada tengo que ofrecer? ¡Nada! ¿No tienes un corazón, aunque indigno de Él, oscuro, duro y necio? Dáselo tal como es, y prepárate para que Él lo use y disponga como le plazca; Él lo tomará, y lo hará mejor, y nunca te arrepentirás de habérselo dado. Él lo modelará a su semejanza, y Él mismo se te dará y será tuyo para siempre.
Los presentes de los magos eran oro, incienso, y mirra. La providencia los mandó como socorro oportuno para José y María en su actual condición de pobreza. Así, nuestro Padre celestial, que sabe lo que necesitan sus hijos, usa a algunos como mayordomos para suplir las necesidades de los demás y proveerles aun desde los confines de la tierra.

JESÚS LLEVADO A EGIPTO.

13 Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo.
14 Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto,
15 y estuvo allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo.
Vv. 13—15. Egipto había sido una casa de esclavitud para Israel, y particularmente cruel para los infantes de Israel; pero va a ser un lugar de refugio para el santo niño Jesús. Cuando a Dios agrada, puede hacer que el peor de los lugares sirva al mejor de los propósitos.
Esta fue una prueba de la fe de José y María. Pero la fe de ellos, siendo probada, fue hallada firme. Si nosotros y nuestros infantes estamos en problemas en cualquier tiempo, recordemos los apremios en que estuvo Cristo cuando era un infante.

HERODES HACE QUE MATEN A LOS INFANTES DE BELÉN.

16 Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos.
17 Entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo:
18 Voz fue oída en Ramá, Grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, Y no quiso ser consolada, porque perecieron.
Vv. 16—18. Herodes mató todos los niños varones, no sólo de Belén, sino de todas las aldeas de esa ciudad. La ira desenfrenada, armada con un poder ilícito, a menudo lleva a los hombres a crueldades absurdas. No fue cosa injusta que Dios permitiera esto; cada vida es entregada a su justicia tan pronto como empieza.
Las enfermedades y las muertes de los pequeños son prueba del pecado original. Pero el asesinato de estos niños fue su martirio. ¡Qué temprano empezó la persecución contra Cristo y su reinado! Herodes creía que había obstruido las profecías del Antiguo Testamento, y los esfuerzos de los magos para hallar a Cristo; pero el consejo del Señor permanecerá por astutas y crueles que sean las artimañas del corazón de los hombres.

                                               MUERTE DE HERODES. JESÚS TRAÍDO A NAZARET.

19 Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto,
20 diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño.
21 Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel.
22 Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea,
23 y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno.
Vv. 19—23. Egipto puede servir por un tiempo como estadía o refugio, pero no para quedarse a vivir. Cristo fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel, y a ellas debe retornar. Si miramos al mundo como a nuestro Egipto, el lugar de nuestra esclavitud y exilio, y sólo al cielo como nuestro Canaán, nuestro hogar, nuestro reposo, deberemos levantarnos rápido y partir de aquí cuando seamos llamados, como José salió de Egipto. La familia debe establecerse en Galilea.
Nazaret era lugar tenido en pobre estima, y Cristo fue crucificado con esta acusación, Jesús Nazareno. Donde quiera nos asigne la providencia los límites de nuestra habitación, debemos esperar compartir el reproche de Cristo; aunque podemos gloriarnos en ser llamados por su nombre, seguros de que si sufrimos con Él también seremos glorificados con Él.
CAPÍTULO

3

JUAN EL BAUTISTA Y SU PREDICACIÓN, SU ESTILO DE VIDA, Y EL BAUTISMO.

1 En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
2 y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
3 Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas.
4 Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre.
5 Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán,
6 y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados.
Vv. 1—6. Después de Malaquías no hubo profeta hasta Juan el Bautista. Apareció primero en el desierto de Judea. No era un desierto deshabitado, sino parte del país, no densamente poblado ni muy aislado. Ningún lugar es tan remoto como para excluirnos de las visitas de la gracia divina.
Predicaba la doctrina del arrepentimiento: “Arrepentíos”. La palabra aquí usada implica un cambio total de modo de pensar: un cambio de juicio, de la disposición, y de los afectos, una inclinación diferente y mejor del alma. Consideren sus caminos, cambien sus pensamientos: han pensado mal; piensen de nuevo y piensen bien. Los penitentes verdaderos tienen pensamientos de Dios y de Cristo, del pecado y de la santidad, de este mundo y del otro, diferentes de los que tuvieron.
El cambio del pensamiento produce un cambio de camino. Este es el arrepentimiento del evangelio, el cual se produce al ver a Cristo, al captar su amor, y de la esperanza de perdón por medio de Él. Es un gran estímulo para que nosotros nos arrepintamos; arrepentíos, porque vuestros pecados serán perdonados si os arrepentís. Volveos a Dios por el camino del deber, y Él, por medio de Cristo, se volverá a vosotros por el camino de la misericordia.
Ahora es tan necesario que nos arrepintamos y nos humillemos para preparar el camino del Señor, como lo era entonces. Hay mucho que hacer para abrir camino para Cristo en un alma, y nada más necesario que el descubrimiento del pecado, y la convicción de que no podemos ser salvados por nuestra propia justicia. El camino del pecado y de Satanás es un camino retorcido, pero para preparar un camino para Cristo es necesario enderezar las sendas, Hebreos 12: 13.
Quienes tienen por actividad llamar a los demás a lamentar el pecado y a mortificarlo, deben llevar una vida seria, una vida de abnegación y desprecio del mundo. Dando a los demás este ejemplo, Juan preparó el camino para Cristo. Muchos fueron al bautismo de Juan, pero pocos mantuvieron la profesión que hicieron. Puede que haya muchos oyentes interesados, pero pocos creyentes verdaderos.
La curiosidad y el amor de la novedad y variedad pueden llevar a muchos a oír una buena predicación, siendo afectados momentáneamente, a muchos que nunca se someten a su autoridad. Los que recibieron la doctrina de Juan, testificaron su arrepentimiento confesando sus pecados. Están listos para recibir a Jesucristo como su justicia sólo los que son llevados con tristeza y vergüenza a reconocer su culpa.
Los beneficios del reino de los cielos, ahora ya muy cerca, les fueron sellados por el bautismo. Juan los purificó con agua, en señal de que Dios los limpiaría de todas sus iniquidades, dando a entender con esto que, por naturaleza y costumbre, todos estaban contaminados y no podían ser recibidos en el pueblo de Dios a menos que fueran lavados de sus pecados en el manantial que Cristo iba a abrir, Zacarías 8: 1.

JUAN REPRUEBA A LOS FARISEOS Y A LOS SADUCEOS.

7 Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?
8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento,
9 y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.
10 Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego.
11 Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
12 Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.
Vv. 7—12. Dar aplicación para las almas de los oyentes es la vida de la predicación; así fue la de Juan. Los fariseos ponían el énfasis principal en observancias externas, descuidando los asuntos de más peso de la ley moral, y el significado espiritual de sus ceremonias legales. Otros eran hipócritas detestables que hacían con sus pretensiones de santidad un manto de la iniquidad. Los saduceos estaban en el extremo opuesto, negando la existencia de los espíritus y el estado futuro.
Ellos eran los infieles burladores de esa época y ese país. Hay una gran ira venidera. Gran interés de cada uno es huir de la ira. Dios, que no se deleita en nuestra ruina, nos ha advertido; advierte por la palabra escrita, por los ministros, por la conciencia. No son dignos del nombre de penitentes, ni de sus privilegios, los que dicen que lamentan sus pecados, pero siguen en ellos.
Conviene a los penitentes ser humildes y bajos a sus propios ojos, agradecer la mínima misericordia, ser pacientes en las grandes aflicciones, estar alerta contra toda apariencia de mal, abundar en todo deber, y ser caritativos al juzgar al prójimo. Aquí hay una palabra de cautela, no confiar en los privilegios externos.
Hay muchos cuyos corazones carnales son dados a seguir lo que ellos mismos dicen dentro de sí y dejan de lado el poder de la palabra de Dios que convence de pecado y su autoridad. Hay multitudes que no llegan al cielo por descansar en los honores y las simples ventajas de ser miembros de una iglesia externa.  He aquí una palabra de terror para el negligente y confiado.
Nuestros corazones corruptos no pueden dar buen fruto a menos que el Espíritu regenerador de Cristo implante la buena palabra de Dios en ellos. Sin embargo, todo árbol, con muchos dones y honores, por verde que parezca en su profesión y desempeño externo, si no da buen fruto, frutos dignos de arrepentimiento, es cortado y echado al fuego de la ira de Dios, el lugar más apto para los árboles estériles; ¿para qué otra cosa sirven? Si no dan fruto, son buenos como combustible.
Juan muestra el propósito y la intención de la aparición de Cristo, la cual ellos ahora esperaban con prontitud. No hay formas externas que puedan limpiarnos. Ninguna ordenanza, sea quien sea el que la administre, o no importa la modalidad, puede suplir la necesidad del bautismo del Espíritu Santo y de fuego. Sólo el poder purificador y limpiador del Espíritu Santo puede producir la pureza de corazón, y los santos afectos que acompañan a la salvación. Cristo es quien bautiza con el Espíritu Santo.
Esto hizo con los extraordinarios dones del Espíritu enviados a los apóstoles, Hechos 2, 4. Esto hace con las gracias y consolaciones del Espíritu, dados a quienes le piden, Lucas 11: 13; Juan 7: 38, 39; ver Hechos 11:16. Obsérvese aquí, la iglesia externa en la era de Cristo, Isaías 21: 10.
Los creyentes verdaderos son el trigo, sustanciosos, útiles y valiosos; los hipócritas son paja, livianos y vacíos, inútiles, sin valor, llevados por cualquier viento; están mezclados, bueno y malo, en la misma comunión externa. Viene el día en que serán separados la paja y el trigo. El juicio final será el día que haga la diferencia, cuando los santos y los pecadores sean apartados para siempre.
En el cielo los santos son reunidos, y no más esparcidos; están a salvo y ya no más expuestos; separados del prójimo corrompido por fuera y con afectos corruptos por dentro, y no hay paja entre ellos. El infierno es el fuego inextinguible que ciertamente será la porción y el castigo de los hipócritas e incrédulos. Aquí la vida y la muerte, el bien y el mal, son puestos ante nosotros: según somos ahora en el campo, seremos entonces en la era.

EL BAUTISMO DE JESÚS.

13 Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él.
14 Más Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
15 Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.
16 Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.
17 Y hubo una voz de los cielos, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.
Vv. 13—17. Las condescendencias de la gracia de Cristo son tan asombrosas que aun los creyentes más firmes apenas pueden creerlas al principio; tan profundas y misteriosas que aun quienes conocen bien su mente, están prontos a ofrecer objeciones contra la voluntad de Cristo. Quienes tienen mucho del Espíritu de Dios, mientras están aquí ven que necesitan pedir más de Cristo. No niega que Juan tenía necesidad de ser bautizado por Él, pero declara que debe ser bautizado por Juan.
Cristo está ahora en estado de humillación. Nuestro Señor Jesús consideró conveniente, para cumplir toda justicia, apropiarse de cada institución divina, y mostrar su disposición para cumplir con todos los preceptos justos de Dios. En Cristo y por medio de Él, los cielos están abiertos para los hijos de los hombres. Este descenso del Espíritu sobre Cristo demuestra que estaba dotado sin medida con sus poderes sagrados.
El fruto del Espíritu Santo es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. En el bautismo de Cristo hubo una manifestación de las tres Personas de la Santa Trinidad. El Padre confirmando al Hijo como Mediador; el Hijo que solemnemente se encarga de la obra; el Espíritu Santo que desciende sobre Él para ser comunicado al pueblo por su intermedio.
En Él son aceptables nuestros sacrificios espirituales, porque Él es el altar que santifica todo don, 1 Pedro 2, 5. Fuera de Cristo Dios es fuego consumidor; en Cristo, un Padre reconciliado. Este es el resumen del evangelio, el cual debemos abrazar jubilosamente por fe.
CAPÍTULO

4

LA TENTACIÓN DE CRISTO.

1 Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo.
2 Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.
3 Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.
4 Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
5 Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo,
6 y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra.
7 Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
8 Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos,
9 y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares.
10 Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.
11 El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían.
Vv. 1—11. Con referencia a la tentación de Cristo obsérvese que fue tentado inmediatamente después de ser declarado Hijo de Dios y Salvador del mundo; los grandes privilegios y las señales especiales del favor divino no aseguran a nadie que no va a ser tentado. Pero si el Espíritu Santo da testimonio que hemos sido adoptados como hijos de Dios, eso contestará todas las sugerencias del espíritu malo. Cristo fue llevado al combate. Si hacemos gala de nuestra propia fuerza, y desafiamos al diablo a tentarnos, provocamos a que Dios nos deje librados a nosotros mismos.
Otros son tentados, cuando son desviados por su propia concupiscencia, y son seducidos, Santiago 1: 14; pero nuestro Señor Jesús no tenía naturaleza corrupta, por tanto Él fue tentado sólo por el diablo. Se manifiesta en la tentación de Cristo que nuestro enemigo es sutil, mal intencionado y muy atrevido, pero se le puede resistir.
Consuelo para nosotros es que Cristo sufrió siendo tentado, porque, así, se manifiesta que nuestras tentaciones, mientras no cedamos a ellas, no son pecado y sólo son aflicciones. En todas sus tentaciones Satanás atacaba para que Cristo pecara contra Dios.
1. Lo tentó a desesperarse de la bondad de su Padre, y a desconfiar del cuidado de su Padre. Una de las tretas de Satanás es sacar ventaja de nuestra condición externa; y los que son puestos en apreturas tienen que redoblar su guardia. Cristo respondió todas las tentaciones de Satanás con un “Está escrito” para darnos el ejemplo al apelar a lo que está escrito en la Biblia.
Nosotros debemos adoptar este método cada vez que seamos tentados a pecar. Aprendamos a no seguir rumbos equivocados a nuestra provisión, cuando nuestras necesidades son siempre tan apremiantes: El Señor proveerá en una u otra forma.
2. Satanás tentó a Cristo a que presumiera del poder y protección de su Padre en materia de seguridad. No hay extremos más peligrosos que la desesperación y la presunción, especialmente en lo referido a los asuntos de nuestra alma. Satanás no objeta lugares sagrados como escenario de sus asaltos.
No bajemos la guardia en ningún lugar. La ciudad santa es el lugar donde, con la mayor ventaja, tienta a los hombres al orgullo y la presunción. Todos los altos son lugares resbalosos; el avance en el mundo hace al hombre un blanco para que Satanás le dispare sus dardos de fuego. ¿Satanás está tan bien versado en las Escrituras que es capaz de citarlas fácilmente? Sí, lo está. Es posible que un hombre tenga su cabeza llena de nociones de las Escrituras, y su boca llena de expresiones de las Escrituras mientras su corazón está lleno de enconada enemistad con Dios y contra toda bondad. Satanás citó mal las palabras.
Si nos salimos de nuestro camino, fuera del camino de nuestro deber, abandonamos la promesa y nos ponemos fuera de la protección de Dios. Este pasaje, Deuteronomio 8: 3, hecho contra el tentador, por tanto él omitió una parte. Esta promesa es firme y resiste bien. ¿Pero seguiremos en pecado para que la gracia abunde? No.
3. Satanás tentó a Cristo a la idolatría con el ofrecimiento de los reinos del mundo y la gloria de ellos. La gloria del mundo es la tentación más encantadora para quien no piensa y no se da cuenta; esto es lo que más fácilmente vence a los hombres. Cristo fue tentado a adorar a Satanás. Rechazó con aborrecimiento la propuesta. “¡Vete de aquí Satanás!” Algunas tentaciones son abiertamente malas; y no son para ser simplemente resistidas, sino para ser rechazadas de inmediato.
Bueno es ser rápido y firme para resistir la tentación. Si resistimos al diablo, éste huirá de nosotros. Pero el alma que delibera está casi vencida. Encontramos sólo unos pocos que pueden rechazar resueltamente tales carnadas, como las que ofrece Satanás aunque, ¿de qué le aprovecha a un hombre si gana a todo el mundo y pierde su alma? Cristo fue socorrido después de la tentación para estimularlo a seguir en su esfuerzo, y para estimularnos a confiar en Él, porque supo, por experiencia, lo que es sufrir siendo tentado, de modo que sabía lo que es ser socorrido en la tentación; por tanto, podemos esperar no sólo que sienta por su pueblo tentado, sino que venga con el oportuno socorro.

EL COMIENZO DEL MINISTERIO DE CRISTO EN GALILEA.

12 Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, volvió a Galilea;
13 y dejando a Nazaret, vino y habitó en Capernaúm, ciudad marítima, en la región de Zabulón y de Neftalí,
14 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo:
15 Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, Camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles;
16 El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; Y a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció.
17 Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Vv. 12—17. Justo es que Dios quite el evangelio y los medios de gracia de quienes los desprecian y los arrojan de sí. Cristo no se quedará mucho tiempo donde no sea bienvenido. Los que están sin Cristo están en las tinieblas. Están instalados en esa condición, una postura contenta; la eligen antes que la luz; son voluntariamente ignorantes. Cuando viene el evangelio, viene la luz; cuando llega a cualquier parte, cuando llega a un alma, ahí se hace de día. La luz revela y dirige; así lo hace el evangelio.
La doctrina del arrepentimiento es buena doctrina del evangelio. No sólo el austero Juan el Bautista, sino el bondadoso Jesús predicó el arrepentimiento. Aún existe la misma razón para hacerlo así. No se reconoció por completo que el reino de los cielos había llegado hasta la venida del Espíritu Santo después de la ascensión de Cristo.

EL LLAMADO DE SIMÓN Y LOS OTROS.

18 Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores.
19 Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.
20 Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.
21 Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó.
22 Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron.
Vv. 18—22. Cuando Cristo empezó a predicar empezó a reunir discípulos que debían ser oyentes, y luego predicadores, de su doctrina, que debían ser testigos de sus milagros, y luego testificar acerca de ellos. No fue a la corte de Herodes, ni fue a Jerusalén a los sumos sacerdotes ni a los ancianos, sino al mar de Galilea, a los pescadores. El mismo poder que llamó a Pedro y a Andrés podría haber traído a Anás y a Caifás, porque nada es imposible con Dios. Pero Cristo elige lo necio del mundo para confundir a lo sabio.
La diligencia es un llamado honesto a complacer a Cristo, y no es un obstáculo para la vida santa. La gente ociosa está más abierta a las tentaciones de Satanás que a los llamados de Dios. Es cosa feliz y esperanzadora ver hijos que cuidan a sus padres y cumplen su deber. Cuando Cristo venga es bueno ser hallado haciendo así. ¿Estoy en Cristo? Es una pregunta muy necesaria que nos hagamos, y luego de esa, ¿estoy en mi llamado? Habían seguido antes a Cristo como discípulos corrientes, Juan 1: 37; ahora deben dejar su oficio.
Los que siguen bien a Cristo deben, a su mandato, dejar todas las cosas para seguirle a Él, deben estar dispuestos a separarse de ellas. Esta instancia del poder del Señor Jesús nos exhorta a depender de su gracia. Él habla y está hecho.

JESÚS ENSEÑA Y HACE MILAGROS.

23 Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
24 Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó.
25 Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán.
Vv. 23—25. Donde iba Cristo confirmaba su misión divina por medio de milagros, que fueron emblema del poder sanador de su doctrina y del poder del Espíritu que lo acompañaban. Ahora no encontramos en nuestros cuerpos el milagroso poder sanador del Salvador, pero si somos curados por la medicina, la alabanza es igualmente suya. Aquí se usan tres palabras generales.
Él sanó toda enfermedad o dolencia; ninguna fue demasiado mala, ninguna demasiado terrible, para que Cristo no la sanara con una palabra. Se nombran tres enfermedades: la parálisis que es la suprema debilidad del cuerpo; la locura que es la enfermedad más grande de la mente; y la posesión demoníaca que es la desgracia y calamidad más grandes de todas; pero Cristo sanó todo y, así, al curar las enfermedades del cuerpo demostró que su gran misión al mundo era curar los males espirituales. El pecado es enfermedad, dolencia y tormento del alma: Cristo vino a quitar el pecado y, así, curar el alma.
CAPÍTULO

5

EL SERMÓN DEL MONTE.

1 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.
2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:
Vv. 1, 2. Nadie hallará felicidad en este mundo o en el venidero si no la busca en Cristo por el gobierno de su palabra. Él les enseñó lo que era el mal que ellos debían aborrecer, y cuál es el bien que deben buscar y en el cual abundar.

QUIENES SON BIENAVENTURADOS.

3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
Vv. 3—12. Aquí nuestro Salvador da ocho características de la gente bienaventurada que para nosotros representan las gracias principales del cristiano.
1. Los pobres en espíritu son bienaventurados. Estos llevan sus mentes a su condición cuando es baja. Son humildes y pequeños según su propio criterio. Ven su necesidad, se duelen por su culpa y tienen sed de un Redentor. El reino de la gracia es de los tales; el reino de la gloria es para ellos.
2. Los que lloran son bienaventurados. Parece ser aquí se trata esa tristeza santa que obra verdadero arrepentimiento, vigilancia, mente humilde y dependencia continua para ser aceptado por la misericordia de Dios en Cristo Jesús, con búsqueda constante del Espíritu Santo para limpiar el mal residual. El cielo es el gozo de nuestro Señor; un monte de gozo, hacia el cual nuestro camino atraviesa un valle de lágrimas. Tales dolientes serán consolados por su Dios.
3. Los mansos son bienaventurados. Los mansos son los que se someten calladamente a Dios; los que pueden tolerar insultos; son callados o devuelven una respuesta blanda; los que, en su paciencia, conservan el dominio de sus almas, cuando escasamente tienen posesión de alguna otra cosa. Estos mansos son bienaventurados aun en este mundo. La mansedumbre fomenta la riqueza, el consuelo y la seguridad, aun en este mundo.
4. Los que tienen hambre y sed de justicia son bienaventurados. La justicia está aquí puesta por todas las bendiciones espirituales. Estas son compradas para nosotros por la justicia de Cristo, confirmadas por la fidelidad de Dios. Nuestros deseos de bendiciones espirituales deben ser fervientes. Aunque todos los deseos de gracia no son gracia, sin embargo, un deseo como este es un deseo de los que son creados por Dios y Él no abandonará a la obra de Sus manos.
5. Los misericordiosos son bienaventurados. Debemos no sólo soportar nuestras aflicciones con paciencia, sino que debemos hacer todo lo que podamos por ayudar a los que estén pasando miserias. Debemos tener compasión por las almas del prójimo, y ayudarles; compadecer a los que estén en pecado, y tratar de sacarlos como tizones fuera del fuego.
6. Los limpios de corazón son bienaventurados, porque verán a Dios. Aquí son plenamente descritas y unidas la santidad y la dicha. Los corazones deben ser purificados por la fe y mantenidos para Dios. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio. Nadie sino el limpio es capaz de ver a Dios, ni el cielo se promete para el impuro. Como Dios no tolera mirar la iniquidad, así ellos no pueden mirar su pureza.
7. Los pacificadores son bienaventurados. Ellos aman, desean y se deleitan en la paz; y les agrada tener quietud. Mantienen la paz para que no sea rota y la recuperan cuando es quebrantada. Si los pacificadores son bienaventurados, ¡ay de los que quebrantan la paz!
8. Los que son perseguidos por causa de la justicia son bienaventurados. Este dicho es peculiar del cristianismo; y se enfatiza con mayor intensidad que el resto.
Sin embargo, nada hay en nuestros sufrimientos que pueda ser mérito ante Dios, pero Dios verá que quienes pierden por Él, aun la misma vida, no pierdan finalmente por causa de Él. ¡Bendito Jesús, cuán diferentes son tus máximas de las de los hombres de este mundo! Ellos llaman dichoso al orgulloso, y admiran al alegre, al rico, al poderoso y al victorioso.
Alcancemos nosotros misericordia del Señor; que podamos ser reconocidos como sus hijos, y heredemos el reino. Con estos deleites y esperanzas, podemos dar la bienvenida con alegría a las circunstancias bajas o dolorosas.

EXHORTACIONES Y ADVERTENCIAS.

13 Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.
16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Vv. 13—16. Vosotros sois la sal de la tierra. La humanidad, en la ignorancia y la maldad, era como un montón enorme, listo para podrirse, pero Cristo envió a sus discípulos, para sazonarla, por sus vidas y doctrinas, con el conocimiento y la gracia. Si no son como debieran ser, son como sal que ha perdido su sabor. Si un hombre puede adoptar la confesión de Cristo, y, sin embargo, permanecer sin gracia, ninguna otra doctrina, ningún otro medio lo hace provechoso.
Nuestra luz debe brillar haciendo buenas obras tales que los hombres puedan verlas. Lo que haya entre Dios y nuestras almas debe ser guardado para nosotros mismos, pero lo que, de sí mismo, queda abierto a la vista de los hombres, debemos procurar que se conforme a nuestra profesión y que sea encomiable. Debemos apuntar a la gloria de Dios.

CRISTO VINO A CONFIRMAR LA LEY.

17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.
19 De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
20 Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Vv. 17—20. Que nadie suponga que Cristo permite que su pueblo juegue con cualquiera de los mandamientos de la santa ley de Dios. Ningún pecador participa de la justicia justificadora de Cristo hasta que se arrepiente de sus malas obras. La misericordia revelada en el evangelio guía al creyente a un aborrecimiento de sí mismo aún más profundo.
La ley es la regla del deber del cristiano, y éste se deleita en ella. Si alguien que pretende ser discípulo de Cristo se permitirse cualquier desobediencia a la ley de Dios, o enseña al prójimo a hacerlo, cualquiera sea su situación o reputación entre los hombres, no puede ser verdadero discípulo.
La justicia de Cristo, que nos es imputada por la sola fe, es necesaria para todos los que entran al reino de la gracia o de la gloria, pero la nueva creación del corazón para santidad produce un cambio radical en el temperamento y la conducta del hombre.

EL SEXTO MANDAMIENTO.

21 Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.
22 Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.
23 Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,
24 deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.
25 Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.
26 De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
Vv. 21—26. Los maestros judíos habían enseñado que nada, salvo el homicidio, era prohibido por el sexto mandamiento. Así, eliminaban su significado espiritual. Cristo mostró el significado completo de este mandamiento; conforme al cual debemos ser juzgados en el más allá y, por tanto, debiera ser obedecido ahora.
Toda ira precipitada es homicidio en el corazón. Por nuestro hermano, aquí escrito, debemos entender a cualquier persona, aunque muy por debajo de nosotros, porque somos todos hechos de una sangre. “Necio” es una palabra de burla que viene del orgullo; “Tú eres un necio” es palabra desdeñosa que viene del odio.
La calumnia y las censuras maliciosas son veneno que mata secreta y lentamente. Cristo les dijo que por ligeros que consideraran estos pecados, ciertamente serían llamados a juicio por ellos. Debemos conservar cuidadosamente el amor y la paz cristianas con todos nuestros hermanos; y, si en algún momento, hay una pelea, debemos confesar nuestra falta, humillarnos a nuestro hermano, haciendo u ofreciendo satisfacción por el mal hecho de palabra u obra: y debemos hacer esto rápidamente porque hasta que lo hagamos, no seremos aptos para nuestra comunión con Dios en las santas ordenanzas.
Cuando nos estamos preparando para algún ejercicio religioso bueno es que nosotros hagamos de esto una ocasión para reflexionar y examinarnos con seriedad. Lo que aquí se dice es muy aplicable a nuestro ser reconciliados con Dios por medio de Cristo. Mientras estemos vivos, estamos en camino a su trono de juicio, después de la muerte, será demasiado tarde. Cuando consideramos la importancia del caso, y la incertidumbre de la vida, ¡cuán necesario es buscar la paz con Dios sin demora!

                                                                  EL SÉPTIMO MANDAMIENTO.

27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.
28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
31 También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio.
32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.
Vv. 27—32. La victoria sobre los deseos del corazón debe ir acompañada con ejercicios dolorosos, pero debe hacerse. Toda cosa es dada para salvarnos de nuestros pecados, no en ellos. Todos nuestros sentidos y facultades deben evitar las cosas que conducen a transgredir. Quienes llevan a los demás a la tentación de pecar, por la ropa o en cualquiera otra forma, o los dejan en ello, o los exponen a ello, se hacen culpables de su pecado, y serán considerados responsables de dar cuentas por ello.
Si uno se somete a las operaciones dolorosas, para salvarnos la vida, ¿de qué debiera retenerse nuestra mente cuando lo que está en juego es la salvación de nuestra alma? Hay tierna misericordia tras todos los requisitos divinos, y las gracias y consuelos del Espíritu nos facultarán para satisfacerlos.

EL TERCER MANDAMIENTO.

33 Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.
34 Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios;
35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
36 Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello.
37 Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.
Vv. 33—37. No hay razón para considerar que son malos los votos solemnes en un tribunal de justicia o en otras ocasiones apropiadas, siempre y cuando sean formulados con la debida reverencia. Pero todos los votos hechos sin necesidad o en la conversación corriente, son pecaminosos, como asimismo todas las expresiones que apelan a Dios, aunque las personas piensen que por ello evaden la culpa de jurar.
Mientras peores sean los hombres, menos comprometidos están por los votos; mientras mejores sean, menos necesidad hay de los votos. Nuestro Señor no indica los términos precisos con que tenemos que afirmar o negar, sino que el cuidado constante de la verdad haría innecesarios los votos y juramentos.

LA LEY DEL TALIÓN.

38 Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.
39 Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;
40 y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa;
41 y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.
42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
Vv. 38—42. La sencilla instrucción es: Soporta cualquier injuria que puedas sufrir por amor a la paz, encomendando tus preocupaciones al cuidado del Señor. El resumen de todo es que los cristianos deben evitar las disputas y las querellas. Si alguien dice que carne y sangre no pueden pasar por tal afrenta, que se acuerden que carne y sangre no heredarán el reino de Dios, y los que actúan sobre la base de los principios justos tendrán suma paz y consuelo.

LA LEY DE AMOR, EXPLICADA.

43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;
45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?
48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.
Vv. 43—48. Los maestros judíos entendían por “prójimo” sólo a los que eran de su propio país, nación y religión, a los que les complacía considerar amigos. El Señor Jesús enseña que debemos hacer toda la bondad verdadera que podamos a todos, especialmente a sus almas. Debemos orar por ellos. Mientras muchos devolverán bien por bien, hemos de devolver bien por mal; y esto hablará de un principio más noble en que se basa la mayoría de los hombres para actuar.
Otros saludan a sus hermanos, y abrazan a los de su propio partido, costumbre y opinión pero nosotros no debemos limitar así nuestro respeto. Deber de los cristianos es desear y apuntar a la perfección, y seguir adelante en gracia y santidad. Allí debemos tener la intención de conformarnos al ejemplo de nuestro Padre celestial, 1 Pedro 1: 15, 16.
Seguramente se espera más de los seguidores de Cristo que de los demás; seguramente se hallará más en ellos que en los demás. Roguemos a Dios que nos capacite para demostrarnos como hijos suyos.
CAPÍTULO

6

CONTRA LA HIPOCRESÍA DE DAR LIMOSNA.

1 Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
2 Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
3 Más cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha,
4 para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
Vv. 1—4. En seguida, nuestro Señor advirtió contra la hipocresía y la simulación exterior en los deberes religiosos. Lo que hay que hacer, debemos hacerlo a partir de un principio interior de ser aprobados por Dios, no la búsqueda del elogio de los hombres. En estos versículos se nos advierte contra la hipocresía de dar limosna.
Atención a esto. Es pecado sutil; y la vanagloria se infiltra en lo que hacemos, antes de darnos cuenta. Pero el deber no es menos necesario ni menos excelente porque los hipócritas abusan de él para servir a su orgullo. La condena que Cristo dicta parece primero una promesa, pero es su recompensa; no es la recompensa que promete Dios a los que hacen el bien, sino la recompensa que los hipócritas se prometen a sí mismos, y pobre recompensa es; ellos lo hicieron para ser vistos por los hombres, y son vistos por los hombres.
Cuando menos notamos nuestras buenas obras, Dios las nota más. Él te recompensará; no como amo que da a su siervo lo que se gana, y nada más, sino como Padre que da abundantemente a su hijo lo que le sirve.

CONTRA LA HIPOCRESÍA AL ORAR.

5 Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
6 Más tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
7 Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.
8 No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.
Vv. 5—8. Se da por sentado que todos los que son discípulos de Cristo oran. Puede que sea más rápido hallar un hombre vivo que no respire que a un cristiano vivo que no ore. Si no hay oración, entonces no hay gracia. Los escribas y los fariseos eran culpables de dos grandes faltas en la oración: la vanagloria y la vana repetición. “Verdaderamente ellos tienen su recompensa”; si en algo tan grande entre nosotros y Dios, cuando estamos orando, podemos tener en cuenta una cosa tan pobre como el halago de los hombres, justo es que eso sea toda nuestra recompensa.
Pero no hay un musitar secreto y repetido en busca de Dios que Él no vea. Se le llama recompensa, pero es de gracia, no por deuda; ¿qué mérito puede haber en mendigar? Si no da a su pueblo lo que piden, se debe a que sabe que no lo necesitan y que no es para su bien.
Tanto dista Dios de ser convencido por el largo o las palabras de nuestras oraciones, que las intercesiones más fuertes son las que se emiten con gemidos indecibles. Estudiemos bien lo que muestra la actitud mental en que debemos ofrecer nuestras oraciones, y aprendamos diariamente de Cristo cómo orar.

CÓMO ORAR.

9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
15 más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
Vv. 9—15. Cristo vio que era necesario mostrar a sus discípulos cuál debe ser corrientemente el tema y el método de su oración. No se trata que estemos atados sólo a usar la misma oración siempre, pero, indudablemente, es muy bueno orar según un modelo. Dice mucho en pocas palabras; se usa en forma aceptable no más de lo que se usa con entendimiento y sin vanas repeticiones.
Seis son las peticiones: las primeras tres se relacionan más expresamente a Dios y su honra; las otras tres, a nuestras preocupaciones temporales y espirituales. Esta oración nos enseña a buscar primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas serán añadidas. Después de las cosas de la gloria, del reino y de la voluntad de Dios, oramos por el sustento y el consuelo necesario en la vida presente. Aquí cada palabra contiene una lección.
Pedimos pan; eso nos enseña sobriedad y templanza: y sólo pedimos pan, no lo que no necesitamos. Pedimos por nuestro pan; eso nos enseña honestidad y trabajo; no tenemos que pedir el pan de los demás ni el pan del engaño, Proverbios 20: 17. Ni el pan del ocio, Proverbios 31: 27, sino el pan honestamente obtenido.
Pedimos por nuestro pan diario, lo que nos enseña a depender constantemente de la providencia divina. Rogamos a Dios que nos los dé; no que lo venda ni lo preste, sino que lo dé. El más grande de los hombres debe dirigirse a la misericordia de Dios para su pan diario. Oramos, dánoslo. Esto nos enseña compasión por el pobre. También que debemos orar con nuestra familia.
Oramos que Dios nos lo dé este día, lo que nos enseña a renovar los deseos de nuestras almas en cuanto a Dios, como son renovadas las necesidades de nuestros cuerpos. Al llegar el día debemos orar a nuestro Padre celestial y reconocer que podríamos pasar muy bien el día sin comida, pero no sin oración. Se nos enseña a odiar y aborrecer el pecado mientras esperamos misericordia, a desconfiar de nosotros, a confiar en la providencia y la gracia de Dios para impedirnos pecar, a estar preparados para resistir al tentador, y no volvernos tentadores de los demás.
Aquí hay una promesa: Si perdonas tu Padre celestial también te perdonará. Debemos perdonar porque esperamos ser perdonados. Los que desean hallar misericordia de Dios deben mostrar misericordia a sus hermanos. Cristo vino al mundo como el gran Pacificador no sólo para reconciliarnos con Dios sino los unos con los otros.

RESPETAR EL AYUNO.

16 Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
17 Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro,
18 para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
Vv. 16—18. El ayuno religioso es un deber requerido a los discípulos de Cristo pero no es tanto un deber en sí mismo, sino como medio para disponernos para otros deberes. Ayunar es humillar el alma, Salmo 35: 13; esta es la faz interna del deber; por tanto, que sea tu principal interés, y en cuanto a la externa, no permitas que se vea codicia. Dios ve en lo secreto, y te recompensará en público.

EL MAL DE PENSAR MUNDANALMENTE.

19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;
20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
22 La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz;
23 pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?
24 Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Vv. 19—24. La mentalidad mundana es síntoma fatal y corriente de la hipocresía, porque por ningún pecado puede Satanás tener un soporte más seguro y más firme en el alma que bajo el manto de una profesión de fe. Algo tendrá el alma que mirar como lo mejor aquello en lo cual se complace y confía por encima de todas las demás cosas.
Cristo aconseja que hagamos como nuestras mejores cosas a los goces y las glorias del otro mundo, las cosas que no se ven, que son eternas y que pongamos nuestra felicidad en ellas. Hay tesoros en el cielo. Sabiduría nuestra es poner toda diligencia para asegurar nuestro derecho a la vida eterna por medio de Jesucristo, y mirar todas las cosas de aquí abajo como indignas de ser comparadas con aquellas y a estar contentos con nada menos que ellas. Es felicidad superior y más allá de los cambios y azares del tiempo, es herencia incorruptible.
El hombre mundano se equivoca en su primer principio; por tanto, todos sus razonamientos y acciones que de ahí surgen deben ser malos. Esto se aplica por igual a la falsa religión; lo que es considerado luz es la oscuridad más densa. Este es un ejemplo espantoso, pero corriente; por tanto, debemos examinar cuidadosamente nuestros principios directrices a la luz de la palabra de Dios, pidiendo con oración ferviente la enseñanza de su Espíritu.
Un hombre puede servir un poco a dos amos, pero puede consagrarse al servicio de no más que uno. Dios requiere todo el corazón y no lo compartirá con el mundo. Cuando dos amos se oponen entre sí, ningún hombre puede servir a ambos. Él se aferra y ama al mundo, y debe despreciar a Dios; el que ama a Dios debe dejar la amistad del mundo.

SE MANDA CONFIAR EN DIOS.

25 Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
27 ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
29 pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.
30 Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
31 No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
34 Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.
Vv. 25—34. Escasamente haya otro pecado contra el cual advierta más nuestro Señor Jesús a sus discípulos que las preocupaciones inquietantes, distractoras y desconfiadas por las cosas de esta vida. A menudo esto entrampa al pobre tanto como el amor a la riqueza al rico. Pero hay una despreocupación por las cosas temporales que es deber, aunque no debemos llevar a un extremo estas preocupaciones lícitas.
No os afanéis por vuestra vida. Ni por la extensión de ella, sino referidla a Dios para que la alargue o acorte según le plazca; nuestros tiempos están en su mano y están en buena mano. Ni por las comodidades de esta vida; dejad que Dios la amargue o endulce según le plazca. Dios ha prometido la comida y el vestido, por tanto podemos esperarlos. No penséis en el mañana, en el tiempo venidero.
No os afanéis por el futuro, cómo viviréis el año que viene, o cuando estéis viejos, o qué dejaréis detrás de vosotros. Como no debemos jactarnos del mañana, así tampoco debemos preocuparnos por el mañana o sus acontecimientos. Dios nos ha dado vida y nos ha dado el cuerpo. ¿Y qué no puede hacer por nosotros el que hizo eso? Si nos preocupamos de nuestras almas y de la eternidad, que son más que el cuerpo y esta vida, podemos dejarle en manos de Dios que nos provea comida y vestido, que son lo menos. Mejorad esto como exhortación a confiar en Dios.
Debemos reconciliarnos con nuestro patrimonio en el mundo como lo hacemos con nuestra estatura. No podemos alterar las disposiciones de la providencia, por tanto debemos someternos y resignarnos a ellas. El cuidado considerado por nuestras almas es la mejor cura de la consideración cuidada por el mundo.
Buscad primero el reino de Dios y haced de la religión vuestra ocupación: no digáis que este es el modo de hambrearte; no es la manera de estar bien provisto, aun en este mundo. La conclusión de todo el asunto es que es la voluntad y el mandamiento del Señor Jesús, que por las oraciones diarias podamos obtener fuerza para sostenernos bajo nuestros problemas cotidianos, y armarnos contra las tentaciones que los acompañan y no dejar que ninguna de esas cosas nos conmuevan.
Bienaventurados los que toman al Señor como su Dios, y dan plena prueba de ellos confiándose totalmente a su sabia disposición. Que tu Espíritu nos dé convicción de pecado en la necesidad de esta disposición y quite lo mundano de nuestros corazones.
CAPÍTULO

7

CRISTO REPRUEBA EL JUICIO APRESURADO.

1 No juzguéis, para que no seáis juzgados.
2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.
3 ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?
4 ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
5 ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.
6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.
Vv. 1—6. Debemos juzgarnos a nosotros mismos, y juzgar nuestros propios actos, pero sin hacer de nuestra palabra una ley para nadie. No debemos juzgar duramente a nuestros hermanos sin tener base. No debemos hacer lo peor de la gente. Aquí hay una reprensión justa para todos los que pelean con sus hermanos por faltas pequeñas, mientras ellos se permiten las grandes. Algunos pecados son como motas, mientras otros son como vigas; algunos son como un mosquito, y otros son como un camello.
No es que haya pecado pequeño; si es como mota o una astilla, está en el ojo; si es un mosquito está en la garganta; ambos son dolorosos y peligrosos, y no podemos estar bien ni cómodos hasta que salgan. Lo que la caridad nos enseña a llamar no más que paja en el ojo ajeno, el arrepentimiento y la santa tristeza nos enseñará a llamarlo viga en el nuestro.
Extraño es que un hombre pueda estar en un estado pecaminoso y miserable, y no darse cuenta de eso, como un hombre que tiene una viga en su ojo y no la toma en cuenta; pero el dios de este mundo les ciega el entendimiento. Aquí hay una buena regla para los que juzgan: primero refórmate a ti mismo.

EXHORTACIONES A LA ORACIÓN.

7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
9 ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?
10 ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?
11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?
Vv. 7—11. La oración es el medio designado para conseguir lo que necesitamos. Orad; orad a menudo; haced de la oración vuestra ocupación, y sed serios y fervientes en ello. Pedid, como un mendigo pide limosna. Pedid como el viajero pregunta por el camino. Buscad como se busca una cosa de valor que perdimos; o como el mercader que busca perlas buenas. Llamad como llama a la puerta el que desea entrar en casa.
El pecado cerró y echó llave a la puerta contra nosotros; por la oración llamamos. Sea lo que sea por lo que oréis, conforme a la promesa, os será dado si Dios ve que es bueno para vosotros, y ¿qué más querrías tener? Esto está hecho para aplicarlo a todos los que oran bien; todo el que pide, recibe, sea judío o gentil, joven o viejo, rico o pobre, alto o bajo, amo o sirviente, docto o indocto, todos por igual son bienvenidos al trono de la gracia, si van por fe.
Se explica comparándolo con los padres terrenales y su aptitud para dar a sus hijos lo que piden. Los padres suelen ser neciamente afectuosos, pero Dios es omnisciente; Él sabe lo que necesitamos, lo que deseamos, y lo que es bueno para nosotros. Nunca supongamos que nuestro Padre celestial nos pediría que oremos y, luego, se negaría oír o darnos lo que nos perjudica.

EL CAMINO ANGOSTO Y EL ANCHO.

12 Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.
13 Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
14 porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.
Vv. 12—14. Cristo vino a enseñarnos, no sólo lo que tenemos que saber y creer, sino lo que tenemos que hacer; no sólo para con Dios, sino para con los hombres; no sólo para con los que son de nuestro partido y denominación, sino para con los hombres en general, con todos aquellos que nos relacionemos. Debemos hacer a nuestro prójimo lo que nosotros mismos reconocemos que es bueno y razonable.
En nuestros tratos con los hombres debemos ponernos en el mismo caso y en las circunstancias que aquellos con quienes nos relacionamos, y actuar en conformidad con ello. No hay sino dos caminos: el correcto y el errado, el bueno y el malo; el camino al cielo y el camino al infierno; todos vamos caminando por uno u otro: no hay un lugar intermedio en el más allá; no hay un camino neutro. Todos los hijos de los hombres somos santos o pecadores, buenos o malos.
Fijaos en que el camino del pecado y de los pecadores que la puerta es ancha y está abierta. Podéis entrar por esta puerta con todas las lujurias que la rodean; no frena apetitos ni pasiones. Es un camino ancho; hay muchas sendas en este; hay opciones de caminos pecaminosos. Hay multitudes en este camino. Pero, ¿qué provecho hay en estar dispuesto a irse al infierno con los demás, porque ellos no irán al cielo con nosotros?
El camino a la vida eterna es angosto. No estamos en el cielo tan pronto como pasamos por la puerta angosta. Hay que negar el yo, mantener el cuerpo bajo control, y mortificar las corrupciones. Hay que resistir las tentaciones diarias; hay que cumplir los deberes. Debemos velar en todas las cosas y andar con cuidado; y tenemos que pasar por mucha tribulación.
No obstante, este camino nos invita a todos; lleva a la vida; al consuelo presente en el favor de Dios, que es la vida del alma; a la bendición eterna, cuya esperanza al final de nuestro camino debe facilitarnos todas las dificultades del camino. Esta simple declaración de Cristo ha sido descartada por muchos que se han dado el trabajo de hacerla desparecer con explicaciones pero, en todas la épocas el discípulo verdadero de Cristo ha sido mirado como una personalidad singular, que no está de moda; y todos los que se pusieron del lado de la gran mayoría, se han ido por el camino ancho a la destrucción.
Si servimos a Dios, debemos ser firmes en nuestra religión. ¿Podemos oír a menudo sobre la puerta estrecha y el camino angosto y que son pocos los que los hallan, sin dolernos por nosotros mismos o sin considerar si entramos al camino angosto y cuál es el avance que estamos haciendo ahí?

CONTRA LOS FALSOS PROFETAS.

15 Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?
17 Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.
18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.
20 Así que, por sus frutos los conoceréis.
Vv. 15—20. Nada impide tanto a los hombres pasar por la puerta estrecha y llegar a ser verdaderos seguidores de Cristo, como las doctrinas carnales, apaciguadoras y halagadoras de quienes se oponen a la verdad. Estos pueden conocerse por el arrastre y los efectos de sus doctrinas. Una parte de sus temperamentos y conductas resulta contraria a la mente de Cristo. Las opiniones que llevan a pecar no vienen de Dios.

SED HACEDORES DE LA PALABRA, NO SÓLO OIDORES.

21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
24 Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.
25 Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
26 Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;
27 y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
28 Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina;
29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Vv. 21—29. Aquí Cristo muestra que no bastará reconocerlos como nuestro Amo sólo de palabra y lengua. Es necesario para nuestra dicha que creamos en Cristo, que nos arrepintamos de pecado, que vivamos una vida santa, que nos amemos unos a otros. Esta es su voluntad, nuestra santificación. Pongamos cuidado de no apoyarnos en los privilegios y obras externas, no sea que nos engañemos y perezcamos eternamente con una mentira a nuestra derecha, como lo hacen multitudes.
Que cada uno que invoca el nombre de Cristo se aleje de todo pecado. Hay otros cuya religión descansa en el puro oír, sin ir más allá; sus cabezas están llenas de nociones vacías. Estas dos clases de oidores están representados por los dos constructores. Esta parábola nos enseña a oír y hacer los dichos del Señor Jesús: algunos pueden parecer duros para carne y sangre, pero deben hacerse.
Cristo está puesto como cimiento y toda otra cosa fuera de Cristo es arena. Algunos construyen sus esperanzas en la prosperidad mundanal; otros, en una profesión externa de religión. Sobre estas se aventuran, pero esas son todo arena, demasiado débiles para soportar una trama como nuestras esperanzas del cielo. Hay una tormenta que viene y probará la obra de todo hombre. Cuando Dios quita el alma, ¿dónde está la esperanza del hipócrita?
La casa se derrumbó en la tormenta, cuando más la necesitaba el constructor, y esperaba que le fuera un refugio. Se cayó cuando era demasiado tarde para edificar otra. El Señor nos haga constructores sabios para la eternidad. Entonces, nada nos separará del amor de Cristo Jesús. Las multitudes se quedaban atónitas ante la sabiduría y el poder de la doctrina de Cristo. Este sermón, tan a menudo leído, siempre es nuevo.
Cada palabra prueba que su Autor es divino. Seamos cada vez más decididos y fervientes, y hagamos de una u otra de estas bienaventuranzas y gracias cristianas, el tema principal de nuestros pensamientos, por semanas seguidas. No descansemos en deseos generales y confusos al respecto, por los cuales podemos captar todo, pero sin retener nada.
CAPÍTULO

8

MULTITUDES SIGUEN A CRISTO.

1 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.
V. 1. Este versículo se refiere al final del sermón anterior. Aquellos a quienes Cristo se ha dado a conocer, desean saber más de Él.

SANA A UN LEPROSO.

2 Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
3 Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.
4 Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.
Vv. 2—4. En estos versículos tenemos el relato de la limpieza de un leproso hecha por Cristo; el leproso se acercó a Él y lo adoró como a Uno investido de poder divino. Esta purificación no sólo nos guía a acudir a Cristo, que tiene poder sobre las enfermedades físicas, para la sanidad de ellas; también nos enseña la manera de apelar a Él.
Cuando no podemos estar seguros de la voluntad de Dios, podemos estar seguros de su sabiduría y misericordia. Por grande que sea la culpa, en la sangre de Cristo hay aquello que la expía; ninguna corrupción es tan fuerte que no haya en su gracia lo que puede someterla. Para ser purificados debemos encomendarnos a su piedad; no podemos demandarlo como deuda; debemos pedirlo humildemente como un favor.
Quienes por fe apelan a Cristo por misericordia y gracia, pueden estar seguros de que Él les está dando libremente la misericordia y la gracia que ellos así procuran. Benditas sean las aflicciones que nos llevan a conocer a Cristo, y nos hacen buscar su ayuda y su salvación. Quienes son limpios de su lepra espiritual, vayan a los ministros de Cristo y expongan su caso, para ser aconsejados, consolados y para que oren por ellos.

SANIDAD DEL SIERVO DE UN CENTURIÓN.

5 Entrando Jesús en Capernaúm, vino a él un centurión, rogándole,
6 y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado.
7 Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré.
8 Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará.
9 Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.
10 Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
11 Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos;
12 más los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
13 Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.
Vv. 5—13. Este centurión era pagano, un soldado romano. Aunque era soldado, no obstante, era un buen hombre. Ninguna vocación ni posición del hombre será excusa para la incredulidad y el pecado. Véase cómo expone el caso de su siervo. Debemos interesarnos por las almas de nuestros hijos y siervos, espiritualmente enfermos, que no sienten los males espirituales, y no conocen lo que es espiritualmente bueno; debemos llevarlos a Cristo por fe y por la oración.
Obsérvese su humillación. Las almas humildes se hacen más humildes por la gracia de Cristo en el trato con ellos. Obsérvese su gran fe. Mientras menos nos fiemos de nosotros mismos, más fuerte será nuestra confianza en Cristo. Aquí el centurión le reconoce mando con poder divino y pleno sobre todas las criaturas y poderes de la naturaleza, como un amo sobre sus siervos. Este tipo de siervos debemos ser todos para Dios; debemos ir y venir, conforme a los mandatos de su palabra y las disposiciones de su providencia.
Pero cuando el Hijo del Hombre viene, encuentra poca fe, por tanto, halla poco fruto. Una profesión externa hace que se nos llame hijos del reino, pero si descansamos en eso, y nada más podemos mostrar, seremos desechados. El siervo obtuvo la sanidad de su enfermedad y el amo obtuvo la aprobación de su fe. Lo que se le dijo a él, se dice a todos: Cree y recibirás; sólo cree. Véase el poder de Cristo y el poder de la fe. La curación de nuestras almas es, de inmediato, el efecto y la prueba de nuestro interés en la sangre de Cristo.

SANIDAD DE LA SUEGRA DE PEDRO.

14 Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre.
15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía.
16 Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos;
17 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.
Vv. 14—17. Pedro tenía una esposa aunque era apóstol de Cristo, lo que demuestra que aprobaba el estado del matrimonio, siendo bondadoso con la madre de la esposa de Pedro. La iglesia de Roma, que prohíbe que sus ministros se casen, contradice a este apóstol, sobre el cual tanto se apoyan. Tenía a su suegra consigo en su familia, lo que es ejemplo de ser bueno con nuestros padres. En la sanidad espiritual, la Escritura dice la palabra, el Espíritu da el toque, toca el corazón, toca la mano.
Aquellos que se recuperan de una fiebre suelen estar débiles por un tiempo; pero para mostrar que esta curación estaba por sobre el poder de la naturaleza, la mujer estuvo tan bien que de inmediato se dedicó a los quehaceres de la casa. Los milagros que hizo Jesús fueron publicados ampliamente, de modo que muchos se agolparon viniendo a Él, y sanó a todos los que estaban enfermos, aunque el paciente estuviera muy débil y el caso fuera de lo peor.
Muchas son las enfermedades y las calamidades del cuerpo a las que estamos propensos; y hay más en esas palabras del evangelio que dicen que Jesucristo llevó nuestras enfermedades y nuestros dolores, para sostenernos y consolarnos cuando estamos sometidos a ellos, que en todos los escritos de los filósofos. No nos quejemos por el trabajo, el problema o el gasto al hacer el bien al prójimo.

LA PROMESA ENTUSIASTA DEL ESCRIBA.

18 Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado.
19 Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.
20 Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.
21 Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre.
22 Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.
Vv. 18—22. Uno de los escribas se apresuró a prometer; se dice cercano seguidor de Cristo. Parece muy resuelto. Muchas decisiones religiosas son producidas por una súbita convicción de pecado, y asumidas sin una debida reflexión; estas llegan a nada. Cuando este escriba ofreció seguir a Cristo, se podría pensar que Jesús debió sentirse animado; un escriba podía dar más crédito y servicio que doce pescadores; pero Cristo vio su corazón, y respondió a sus pensamientos, y, enseña a todos cómo ir a Cristo. Su resolución parece surgir de un principio mundano y codicioso; pero Cristo no tenía dónde reclinar su cabeza, y si él lo seguía, no debía esperar que le fuera mejor.
Tenemos razón para pensar que este escriba se alejó. Otro era demasiado lento. La demora en hacer es, por un lado, tan mala como la prisa para resolver por el otro. Pidió permiso para ocuparse de enterrar a su padre, y luego se pondría al servicio de Cristo. Esto parecía razonable aunque no era justo. No tenía celo verdadero por la obra. Enterrar al muerto, especialmente a un padre muerto, es una buena obra, pero no es tu obra en este momento.
Si Cristo requiere nuestro servicio, debe cederse aun el afecto por los parientes más cercanos y queridos, y por las cosas que no son nuestro deber. A la mente sin disposición nunca le faltan las excusas. Jesús le dijo: Sígueme, y, sin duda, salió poder con esta palabra para él como para los otros; siguió a Cristo y se aferró de Él. El escriba dijo, yo te seguiré; a este otro hombre Cristo le dijo: Sígueme; comparándolos, se ve que somos llevados a Cristo por la fuerza de su llamado personal, Romanos 9: 16.

CRISTO EN UNA TEMPESTAD.

23 Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron.
24 Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía.
25 Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
26 Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.
27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Vv. 23—27. Consuelo para quienes se hacen a la mar en barcos, y suelen peligrar allí, es reflexionar que tienen un Salvador en quien confiar y al cual orar, que sabe qué es estar en el agua y estar en tormentas. Quienes están pasando por el océano de este mundo con Cristo, deben esperar tormentas. Su naturaleza humana, semejante a nosotros en todo, pero sin pecado, estaba fatigada y se durmió en ese momento para probar la fe de sus discípulos.
Ellos fueron a su Maestro en su temor. Así es en el alma; cuando las lujurias y las tentaciones se levantan y rugen, y Dios está, al parecer, dormido a lo que ocurre, esto nos lleva al borde de la desesperación. Entonces, se clama por una palabra de su boca: Señor Jesús, no te quedes callado o estoy acabado. Muchos que tienen fe verdadera son débiles en ella.
Los discípulos de Cristo eran dados a inquietarse con temores en un día tempestuoso; se atormentaban a sí mismos con que las cosas estaban mal para ellos, y con pensamientos desalentadores de que vendrá algo peor. Las grandes tormentas de la duda y temor en el alma, bajo el poder del espíritu de esclavitud, suelen terminar en una calma maravillosa, creada y dirigida por el Espíritu de adopción.
Ellos quedaron estupefactos. Nunca habían visto que una tormenta fuera de inmediato calmada a la perfección. El que puede hacer esto, puede hacer cualquier cosa, lo que estimula la confianza y el consuelo en Él, en el día más tempestuoso de adentro o de afuera, Isaías 26: 4.

SANA A DOS ENDEMONIADOS.

28 Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.
29 Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?
30 Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos.
31 Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos.
32 Él les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas.
33 Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados.
34 Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos.
Vv. 28—34. Los demonios nada tienen que ver con Cristo como Salvador; ellos no tienen ni esperan ningún beneficio de Él. ¡Oh, la profundidad de este misterio del amor divino: que el hombre caído tenga tanto que ver con Cristo, cuando los ángeles caídos nada tienen que ver con Él! Hebreos 2, 16. Seguramente que aquí sufrieron un tormento, al ser forzados a reconocer la excelencia que hay en Cristo, y aún así, no tener parte con Él.
Los demonios no desean tener nada que ver con Cristo como Rey. Véase qué lenguaje hablan quienes no tendrán nada que ver con el evangelio de Cristo. Pero no es verdad que los demonios no tengan nada que ver con Cristo como Juez, porque tienen que ver, y lo saben; así es para con todos los hijos de los hombres. Satanás y sus instrumentos no pueden ir más allá de lo que el Señor permita; ellos deben dejar la posesión cuando Él manda.
No pueden romper el cerco de protección en torno a su pueblo; ni siquiera pueden entrar en un cerdo sin su permiso. Recibieron el permiso. A menudo Dios permite, por objetivos santos y sabios, los esfuerzos de la ira de Satanás. Así, pues, el diablo apresura a la gente a pecar; los apura a lo que han resuelto en contra, de lo cual saben que será vergüenza y pena para ellos: miserable es la condición de los que son llevados cautivos por él a su voluntad.
Hay muchos que prefieren sus cerdos al Salvador y, así, no alcanzan a Cristo y la salvación por Él. Ellos desean que Cristo se vaya de sus corazones, y no soportan que Su Palabra tenga lugar en ellos, porque Él y su palabra destruirían sus concupiscencias brutales, eso que se entrega a los cerdos como alimento. Justo es que Cristo abandone a los que están cansados de Él; y después diga: Apartaos, malditos, a quienes ahora le dicen al Todopoderoso: Vete de nosotros.
CAPÍTULO

9

JESÚS REGRESA A CAPERNAUM Y SANA A UN PARALÍTICO.

1 Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad.
2 Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
3 Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Éste blasfema.
4 Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
5 Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
6 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa.
7 Entonces él se levantó y se fue a su casa.
8 Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.
Vv. 1—8. La fe de los amigos del paralítico al llevarlo a Cristo era una fe firme; ellos creían firmemente que Jesucristo podía y querría sanarlo. Una fe fuerte no considera los obstáculos al ir en busca de Cristo. Era una fe humilde; ellos lo llevaron a esperar en Cristo. Era una fe activa. El pecado puede ser perdonado, pero no ser eliminada la enfermedad; la enfermedad puede ser quitada, pero no perdonado el pecado: pero si tenemos el consuelo de la paz con Dios, con el consuelo de la recuperación de la enfermedad, esto hace que, sin duda, la sanidad sea una misericordia.
Esto no es exhortación para pecar. Si tú llevas tus pecados a Jesucristo, como tu enfermedad y tu desgracia para ser curados de esto, y librados de aquello, es bueno; pero ir con ellos, como tus amores y deleites, pensando aún en retenerlos y recibirlo a Él, es un tremendo error, un engaño miserable. La gran intención del bendito Jesús en la redención que obró, es separar nuestros corazones del pecado.
Nuestro Señor Jesús tiene perfecto conocimiento de todo lo que decimos dentro de nosotros mismos. Hay mucho mal en los pensamientos pecaminosos, que es muy ofensivo para el Señor Jesús. A Cristo le interesa mostrar que su gran misión al mundo era salvar a su pueblo de sus pecados. Dejó el debate con los escribas y pronunció las palabras de salud al enfermo. No sólo no tuvo más necesidad de que lo llevaran en su lecho, sino que tuvo fuerzas para llevarlo él. Dios debe ser glorificado en todo el poder que se da para hacer el bien.

LLAMADO A MATEO.

9 Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió.
Vv. 9. Mateo fue en su llamado, como los demás a los que Cristo llamó. Como Satanás viene con sus tentaciones al ocioso, así viene Cristo con sus llamados a los que están ocupados. Todos tenemos natural aversión a ti, oh Dios; llámanos a seguirte; atráenos por tu poderosa palabra y correremos en pos de ti. Habla por la palabra del Espíritu a nuestros corazones, el mundo no puede retenernos, Satanás no puede detener nuestro camino, nos levantaremos y te seguiremos.
Cristo como autor, y su palabra como el medio, obra un cambio salvador en el alma. Ni el cargo de Mateo ni sus ganancias, pudieron detenerlo cuando Cristo lo llamó. Él lo dejó todo, y aunque después, ocasionalmente, a los discípulos que eran pescadores los hallamos pescando otra vez, nunca más encontramos a Mateo en sus ganancias pecaminosas.

MATEO, O LA FIESTA DE LEVÍ.

10 Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos.
11 Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?
12 Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
13 Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.
Vv. 10—13. Algún tiempo después de su llamado, Mateo procuró llevar a sus antiguos socios a que oyeran a Cristo. Sabía por experiencia lo que podía hacer la gracia de Cristo y no se desesperó al respecto. Los que son eficazmente llevados a Cristo no pueden sino desear que los demás también sean llevados a Él. Aquellos que suponen que sus almas están sin enfermedad no acogerán al Médico espiritual.
Este era el caso de los fariseos; ellos despreciaron a Cristo porque se creían íntegros; pero los pobres publicanos y pecadores sentían que les faltaba instrucción y enmienda. Fácil es, y también corriente, poner las peores interpretaciones sobre las mejores palabras y acciones. Puede sospecharse con justicia que los que no tienen la gracia de Dios, no se complacen con que otros la consigan.
Aquí se llama misericordia que Cristo converse con los pecadores, porque fomentar la conversión de las almas es el mayor acto de misericordia. El llamado del evangelio es un llamado al arrepentimiento; un llamado para que cambiemos nuestro modo de pensar y cambiemos nuestros caminos. Si los hijos de los hombres no fueran pecadores no hubiera sido necesario que Cristo viniera a ellos. Examinemos si hemos investigado nuestra enfermedad y si hemos aprendido a seguir las órdenes de nuestro gran Médico.

OBJECIONES DE LOS DISCÍPULOS DE JUAN.

14 Entonces vinieron a él los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan?
15 Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
16 Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura.
17 Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.
Vv. 14—17. En esta época Juan estaba preso; sus circunstancias, su carácter, y la naturaleza del mensaje que fue enviado a dar, guió a los que estaban peculiarmente afectos a él, a realizar ayunos frecuentes. Cristo los refirió al testimonio que Juan da de Él, Juan 3: 29.
Aunque no cabe duda de que Jesús y sus discípulos vivieron en forma frugal y económica, sería impropio que sus discípulos ayunaran mientras tenían el consuelo de su presencia. Cuando está con ellos, todo está bien. La presencia del sol hace el día, y su ausencia produce la noche. Nuestro Señor les recuerda luego las reglas comunes de la prudencia.
No se acostumbraba tomar un pedazo de tela de lana cruda, que nunca había sido preparada, para coserla a un traje viejo, porque no se uniría bien con el ropaje viejo y suave, sino que lo desgarraría aún más, y la rasgadura sería peor.
Ni tampoco los hombres echaban vino nuevo en odres viejos, que iban a podrirse y se reventarían por la fermentación del vino; al poner el vino nuevo en odres nuevos y fuertes, ambos serían preservados. Se requiere gran prudencia y cautela para que los nuevos convertidos no reciban ideas sombrías y prohibitorias del servicio de nuestro Señor; antes bien serán estimulados en los deberes a medida que sean capaces de soportarlos.

CRISTO RESUCITA A LA HIJA DE JAIRO Y SANA EL FLUJO DE SANGRE.

18 Mientras él les decía estas cosas, vino un hombre principal y se postró ante él, diciendo: Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá.
19 Y se levantó Jesús, y le siguió con sus discípulos.
20 Y he aquí una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto;
21 porque decía dentro de sí: Si tocare solamente su manto, seré salva.
22 Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora.
23 Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto,
24 les dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él.
25 Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.
26 Y se difundió la fama de esto por toda aquella tierra.
Vv. 18—26. La muerte de nuestros familiares debe llevarnos a Cristo que es nuestra vida. Gran honor para los reyes más grandes es esperar en el Señor; y los que reciban misericordia de Cristo deben honrarle. La variedad de métodos que Cristo usó para hacer sus milagros quizá se debió a las diferentes disposiciones mentales y temperamentos con que venían los que a Él acudían; todo esto lo conocía perfectamente Aquel que escudriña los corazones.
Una pobre mujer apeló a Cristo y recibió de Él misericordia, al pasar por el camino. Si sólo tocásemos, como si así fuera, el borde de la túnica de Cristo por fe viva, serán sanados nuestros peores males; no hay otra cura verdadera ni tenemos que temer que sepa cosas que son dolor y carga para nosotros, y que no las contaríamos a ningún amigo terrenal. Cuando Cristo entró a la casa del hombre principal dijo: Apartaos.
A veces, cuando prevalece el dolor del mundo, es difícil que entren Cristo y sus consolaciones. La hija del principal estaba realmente muerta, pero no para Cristo. La muerte del justo, de manera especial, debe ser considerada sólo un dormir. Las palabras y las obras de Cristo pueden no ser entendidas al comienzo, aunque por eso no deben ser despreciadas.
La gente fue fortalecida. Los escarnecedores que se ríen de lo que no entienden no son testigos apropiados de las maravillosas obras de Cristo. Las almas muertas no son resucitadas a la vida espiritual, a menos que Cristo las tome de la mano: está hecho en el día de su poder. Si este solo caso en que Cristo resucitó a un muerto reciente, aumentó tanto su fama, ¡qué será su gloria cuando todos los que están en los sepulcros oigan su voz y salgan; los que hicieron bien a resurrección de la vida, y los que hicieron mal, a resurrección de condenación!

SANA A DOS CIEGOS.

27 Pasando Jesús de allí, le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: ¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!
28 Y llegado a la casa, vinieron a él los ciegos; y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor.
29 Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho.
30 Y los ojos de ellos fueron abiertos. Y Jesús les encargó rigurosamente, diciendo: Mirad que nadie lo sepa.
31 Pero salidos ellos, divulgaron la fama de él por toda aquella tierra.
Vv. 27—31. En esa época los judíos esperaban que apareciera el Mesías; estos ciegos supieron y proclamaron en las calles de Capernaum que había venido, y que era Jesús. Los que, por la providencia de Dios, han perdido la vista física, por gracia de Dios, pueden tener plenamente iluminados los ojos de su entendimiento. Sean las que sean nuestras necesidades y cargas, no necesitamos más provisión y apoyo que participar en la misericordia de nuestro Señor Jesús.
En Cristo hay suficiente para todos. Ellos lo siguieron gritando en voz alta. Iba a probar su fe, y nos enseñaría a orar siempre y no desmayar, aunque la respuesta no llegue de inmediato. Ellos siguieron a Cristo y lo siguieron clamando, pero la gran pregunta es: ¿Crees tú? La naturaleza puede hacernos fervorosos, pero es sólo la gracia la que puede obrar la fe. Cristo tocó sus ojos. Él da vista a las almas ciegas por el poder de su gracia que va unida a su palabra, e imparte la cura sobre la fe de ellos.
Los que apelan a Jesucristo serán tratados, no conforme a sus fantasías ni a su profesión, sino conforme a su fe. A veces Cristo ocultaba sus milagros porque no quería dar pie al engaño que prevalecía entre los judíos de que su Mesías sería un príncipe temporal, y así, dar ocasión a que el pueblo intentara tumultos y sediciones.

CRISTO ECHA FUERA UN ESPÍRITU MUDO.

32 Mientras salían ellos, he aquí, le trajeron un mudo, endemoniado.
33 Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel.
34 Pero los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios.
Vv. 32—34. De ambos, mejor es un demonio mudo que uno que blasfeme. Las curas de Cristo van a la raíz, y eliminan el efecto quitando la causa; abren los labios rompiendo el poder de Satanás en el alma. Nada puede convencer a quienes están bajo el poder del orgullo. Creerán cualquier cosa, por falsa o absurda que sea, antes que las Sagradas Escrituras; así, muestran la enemistad de sus corazones contra el santo Dios.

ENVÍA A LOS APÓSTOLES.

35 Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
36 Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.
37 Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos.
38 Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.
Vv. 35—38. Jesús visitó no sólo las ciudades grandes y ricas, sino las aldeas pobres y oscuras, y allí predicó, y sanó. Las almas de los más viles del mundo son tan preciosas para Cristo, y deben serlo para nosotros, como las almas de los que más figuren. Había sacerdotes, levitas, y escribas en toda la tierra; pero eran pastores de ídolos, Zacarías 11: 17; por tanto, Cristo tuvo compasión del pueblo como ovejas desamparadas y dispersas, como hombres que perecen por falta de conocimiento.
A la fecha hay multitudes enormes que son como ovejas sin pastor, y debemos tener compasión y hacer todo lo que podamos para ayudarles. Las multitudes deseosas de instrucción espiritual formaban una cosecha abundante que necesitaba muchos obreros activos; pero pocos merecían ese carácter. Cristo es el Señor de la mies.
Oremos que muchos sean levantados y enviados a trabajar para llevar almas a Cristo. Es señal de que Dios está por conceder alguna misericordia especial a un pueblo cuando los invita a orar por ello. Las misiones encomendadas a los obreros como respuesta a la oración, son las que más probablemente tengan éxito.
CAPÍTULO

10

LLAMADO A LOS APÓSTOLES.

1 Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.
2 Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano;
3 Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo,
4 Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó.
Vv. 1—4. La palabra “apóstol” significa mensajero; ellos eran los mensajeros de Cristo enviados a proclamar su reino. Cristo les dio poder para sanar toda clase de enfermedades. En la gracia del evangelio hay un bálsamo para cada llaga, un remedio para cada dolencia. No hay enfermedad espiritual si no hay poder en Cristo para curarla.
Sus nombres están escritos y eso es su honra; pero ellos tenían más razón para regocijarse en que sus nombres estuvieran escritos en el cielo, mientras los nombres altos y poderosos de los grandes de la tierra están enterrados en el polvo.

LOS APÓSTOLES SON INSTRUIDOS Y ENVIADOS.

5 A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis,
6 sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
7 Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado.
8 Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.
9 No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos;
10 ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento.
11 Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis.
12 Y al entrar en la casa, saludadla.
13 Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros.
14 Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies.
15 De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad.
Vv. 5—15. No se debe llevar el evangelio a los gentiles hasta que los judíos lo hayan rechazado. Esta limitación a los apóstoles fue sólo para su primera misión. Doquiera fueran debían proclamar: El reino de los cielos se ha acercado. Ellos predicaron para establecer la fe; el reino para animar la esperanza; de los cielos para inspirar el amor a las cosas celestiales y el desprecio por las terrenales; que se ha acercado, para que los hombres se preparen sin tardanza. Cristo dio poder para hacer milagros como confirmación de su doctrina.
Esto no es necesario ahora que el reino de Dios vino. Muestra que la intención de la doctrina que predicaban era sanar almas enfermas y resucitar a los que estaban muertos en pecado. Al proclamar el evangelio de la gracia gratuita para sanidad y salvación de las almas de los hombres, debemos por sobre todo evitar la aparición del espíritu del asalariado. Se les dice qué hacer en las ciudades y pueblos desconocidos. El siervo de Cristo es embajador de la paz en cualquier parte donde sea enviado. Su mensaje es hasta para los pecadores más viles, aunque les corresponde buscar a las mejores personas de cada lugar.
Nos conviene orar de todo corazón por todos y conducirnos cortésmente con todos. Se les da instrucciones sobre cómo actuar con los que les rechacen. Todo el consejo de Dios debe ser declarado y a los que no escuchen el mensaje de gracia, se les debe mostrar que su estado es peligroso. Esto debe ser tomado muy en serio por todos los que oyen el evangelio, no sea que sus privilegios les sirvan sólo para aumentar su condena.

INSTRUCCIONES PARA LOS APÓSTOLES.

16 He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas.
17 Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán;
18 y aun ante, gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles.
19 Más cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar.
20 Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.
21 El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir.
22 Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.
23 Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo de Hombre.
24 El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor.
25 Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?
26 Así que, no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse.
27 Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.
28 Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.
29 ¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre.
30 Pues aun vuestros cabellos están todos contados.
31 Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos.
32 A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.
33 Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.
34 No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.
35 Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra;
36 y los enemigos del hombre serán los de su casa.
37 El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí;
38 y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
39 El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.
40 El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.
41 El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá.
42 Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.
Vv. 16—42. Nuestro Señor advierte a sus discípulos que se preparen para la persecución. Ellos tenían que evitar todas las cosas que den ventaja a sus enemigos, toda intromisión en los afanes políticos o mundanos, toda apariencia de mal o egoísmo, y todas las medidas clandestinas. Cristo predice dificultades no sólo para que los trastornos no sean sorpresa sino para que ellos puedan confirmar su fe. Les dice que deben sufrir y de quiénes.
Así, Cristo nos ha tratado fiel y equitativamente, diciéndonos lo peor que podemos hallar en su servicio; y quiere que así nos tratemos a nosotros mismos, al sentarnos a calcular el costo. Los perseguidores son peores que las bestias, porque hacen presa de los mismos de su especie. Los lazos de amor y deber más sólidos a menudo se han roto por enemistad contra Cristo.
Los sufrimientos de parte de amistades y parientes son muy dolorosos; nada hiere más. Simplemente parece que todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución; y debemos esperar que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios. En esta predicción de problemas, hay consejos y consuelo para los momentos de prueba. Los discípulos de Cristo son odiados y perseguidos como serpientes, y se procura su ruina, y necesitan la sabiduría de la serpiente, pero la sencillez de las palomas.
No sólo no dañen a nadie sino que no le tengan mala voluntad a nadie. Debe haber cuidado prudente, pero no deben dejarse dominar por pensamientos de angustia y confusión; que esta preocupación sea echada sobre Dios. Los discípulos de Cristo deben pensar más en hacer el bien que en hablar bien. En el caso de gran peligro, los discípulos de Cristo pueden salirse del camino peligroso, aunque no deben salirse del camino del deber. No se deben usar medios pecaminosos e ilícitos para escapar; porque entonces, no es una puerta que Dios ha abierto.
El temor al hombre le pone una trampa, una trampa de confusión que perturba nuestra paz; una trampa que enreda, por la cual somos atraídos al pecado; y, por tanto, se debe luchar y orar en su contra. La tribulación, la angustia y la persecución no pueden quitarles el amor de Dios por ellos o el de ellos por Él. Temed a aquel que puede destruir cuerpo y alma en el infierno. Ellos deben dar su mensaje públicamente, porque todos están profundamente preocupados de la doctrina del evangelio. Hay que dar a conocer todo el consejo de Dios, Hechos 20: 27.
Cristo les muestra por qué deben estar de buen ánimo. Sus sufrimientos testifican contra los que se oponen a su evangelio. Cuando Dios nos llama a hablar por Él, podemos depender de Él para que nos enseñe qué decir. Una perspectiva fiel del final de nuestras aflicciones será muy útil para sostenernos cuando estemos sometidos a ellas. El poder será conforme al día. De gran aliento para los que están haciendo la obra de Dios es que sea una obra que ciertamente será hecha.
Véase cómo el cuidado de la providencia se extiende a todas las criaturas, aun a los gorriones. Esto debe acallar todos los temores del pueblo de Dios: Vosotros valéis más que muchos gorriones. Los mismos cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Esto denota la cuenta que Dios hace y mantiene de su pueblo. Nuestro deber es no sólo creer en Cristo, sino profesar esa fe, sufriendo por Él, cuando somos llamados a ello, como asimismo a servirlo.
Aquí sólo se alude a la negación de Cristo que es persistente, y esa confesión sólo puede tener la bendita recompensa aquí prometida, que es el lenguaje verdadero y constante del amor y la fe. La religión vale todo; todos los que creen su verdad, llegarán al premio y harán que todo lo demás se rinda a ello. Cristo nos guiará a través de los sufrimientos para gloriarnos con Él. Los mejores preparados para la vida venidera son los que están más libres de esta vida presente.
Aunque la bondad hecha a los discípulos de Cristo sea sumamente pequeña, será aceptada cuando haya ocasión para ella y no haya capacidad de hacer más. Cristo no dice que merezcan recompensa, porque no podemos merecer nada de la mano de Dios; pero recibirán un premio de la dádiva gratuita de Dios. Confesemos osadamente a Cristo y mostremos nuestro amor por Él en todas las cosas.
CAPÍTULO

11

LA PRÉDICA DE CRISTO.

1 Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de ellos.
V. 1. Nuestro divino Redentor nunca se cansó de su obra de amor; y nosotros no debemos agotarnos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no desfallecemos.

LA RESPUESTA DE CRISTO A LOS DISCÍPULOS DE JUAN.

2 Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos,
3 para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?
4 Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis.
5 Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio;
6 y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí.
Vv. 2—6. Algunos piensan que Juan envió a preguntar esto para su satisfacción. Donde hay verdadera fe, puede aún haber una mezcla de duda. La incredulidad remanente en los hombres buenos puede, en la hora de tentación, cuestionar a veces las verdades más importantes. Pero esperamos que la fe de Juan no fallara en este asunto, y que él sólo deseara verla fortalecida y confirmada. Otros piensan que Juan envió a sus discípulos a Cristo para satisfacción de ellos.
Cristo les señala lo que han oído y visto. La condescendencia y la compasión de la gracia de Cristo por los pobres muestran que Él era quien debía traer al mundo las tiernas misericordias de nuestro Dios. Las cosas que los hombres ven y oyen, comparadas con las Escrituras, dirigen el camino en que se debe hallar la salvación. Cuesta vencer prejuicios, y peligroso es no vencerlos, pero los que creen en Cristo, verán que su fe será hallada mucho más para la alabanza, honra y gloria.

EL TESTIMONIO DE CRISTO ACERCA DE JUAN EL BAUTISTA.

7 Mientras ellos se iban, comenzó Jesús a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?
8 ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están.
9 Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta.
10 Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti.
11 De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él.
12 Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.
13 Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan.
14 Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir.
15 El que tiene oídos para oír, oiga.
V. 7—15. Lo que Cristo dijo acerca de Juan no sólo fue para elogiarlo, sino para provecho del pueblo. Los que oyen la palabra serán llamados a dar cuenta de su provecho. ¿Pensamos que se termina el cuidado cuando se termina el sermón? No, entonces empieza el mayor de los cuidados.
Juan era un hombre abnegado, muerto para todas las pompas del mundo y los placeres de los sentidos. Conviene que la gente, en todas sus apariencias, sea coherente con su carácter y situación. Juan era hombre grande y bueno, pero no perfecto; por tanto, no alcanzó la estatura de los santos glorificados. El menor en el cielo sabe más, ama más, y hace más alabando a Dios y recibe más de Él que el más grande de este mundo. Pero por el reino de los cielos aquí se debe entender más bien al reino de la gracia, la dispensación del evangelio en su poder y pureza.
¡Cuánta razón tenemos para estar agradecidos que nuestra suerte esté echada en los días del reino de los cielos, bajo tales ventajas de luz y amor! Hay multitudes que fueron traídas por el ministerio de Juan y llegaron a ser discípulos suyos. Y hubo quienes lucharon por un lugar en este reino, que nadie pensaría que tenían derecho ni título para eso, y parecieron ser intrusos. Nos muestra cuánto fervor y celo se requiere de todos.
Hay que negar el yo; hay que cambiar la inclinación, la disposición y el temperamento de la mente. Los que tengan un interés en la salvación grandiosa, lo tendrán a cualquier costo, y no pensarán que es difícil ni la dejarán ir sin una bendición. Las cosas de Dios son de preocupación grande y común. Dios no requiere más de nosotros que el uso justo de las facultades que nos ha dado. La gente es ignorante porque no quiere aprender.

                                                              LA PERVERSIDAD DE LOS JUDÍOS.

16 Más ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros,
17 diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis.
18 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene.
19 Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus hijos.
20 Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo:
21 ¡Ay de ti, Corazín! Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza.
22 Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras.
23 Y tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy.
24 Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti.
Vv. 16—24. Cristo reflexiona en los escribas y fariseos que tenían un orgulloso concepto de sí. Compara la conducta de ellos con el juego de los niños que, enojándose sin razón, rebaten todos los intentos de sus compañeros por complacerlos, o para que se unan a los juegos para los cuales acostumbraban reunirse.
Las objeciones capciosas de los hombres mundanos son a menudo muy burlonas y demuestran gran malicia. Algo tienen que criticar de todos por excelente y santo que sea. Cristo, que era inmaculado, y apartado de los pecadores, aquí se presenta junto con ellos y contaminado por ellos. La inocencia más inmaculada no siempre será defensa contra el reproche.
Cristo sabía que los corazones de los judíos eran más enconados y endurecidos contra sus milagros y doctrinas que los de Tiro y Sidón; por tanto, su condenación será mayor. El Señor ejerce su omnipotencia, pero no castiga más de lo que merecen y nunca retiene el conocimiento de la verdad de aquellos que lo anhelan.

EL EVANGELIO REVELADO AL SIMPLE Y INVITACIÓN A LOS CARGADOS.

25 En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.
26 Sí, Padre, porque así te agradó.
27 Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
28 Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.
Vv. 25—30. Corresponde a los hijos ser agradecidos. Cuando vamos a Dios como Padre, debemos recordar que Él es el Señor de cielo y tierra, lo cual nos obliga a ir a Él con reverencia en cuanto es Señor soberano de todo; aunque con confianza como a Quien es capaz de defendernos del mal y proporcionarnos todo bien. Nuestro bendito Señor agregó una declaración notable: que el Padre había puesto en Sus manos todo poder, autoridad y juicio.
Estamos endeudados con Cristo por toda la revelación que tenemos de la voluntad y el amor de Dios Padre, aun desde que Adán pecó. Nuestro Salvador ha invitado a todos los que trabajan fuerte y están muy cargados que vayan a Él. En algunos sentidos, todos los hombres están así. Los hombres mundanos se recargan con preocupaciones estériles por la riqueza y los honores; el alegre y sensual se esfuerza en pos de los placeres; el esclavo de Satanás y sus propias lujurias es el siervo más esclavizado de la tierra.
Los que trabajan duro por establecer su propia justicia, también trabajan en vano. El pecador convicto está muy cargado de culpa y terror; y el creyente tentado y afligido tiene trabajos duros y cargas. Cristo los invita a todos a que vayan a Él en pos de reposo para sus almas. Él solo da esta invitación: los hombres van a Él cuando, sintiendo su culpa y miseria, y creyendo su amor y poder para socorrer, lo buscan con oración ferviente. Así, pues, es deber e interés de los pecadores trabajados y cargados, ir a Jesucristo.
Este es el llamado del evangelio: quienquiera que quiera, venga. Todos los que así van recibirán reposo como regalo de Cristo, y obtendrán paz y consuelo en su corazón. Pero al ir a Él deben tomar su yugo y someterse a su autoridad. Deben aprender de Él todas las cosas acerca de su consuelo y obediencia. Él acepta al siervo dispuesto, por imperfectos que sean sus servicios. Aquí podemos hallar reposo para nuestras almas, y sólo aquí.
Ni tenemos que temer su yugo. Sus mandamientos son santos, justos y buenos. Requiere negarse a sí mismo y trae dificultades, pero esto es abundantemente recompensado, ya en este mundo, por la paz y el gozo interior. Es un yugo forrado con amor. Tan poderosos son los socorros que nos da, tan adecuadas las exhortaciones, y tan fuertes las consolaciones que se encuentran en el camino del deber, que podemos decir verdaderamente, que es un yugo grato. El camino del deber es el camino del reposo.

Las verdades que enseña Cristo son tales que podemos aventurar por ellas nuestra alma. Tal es la misericordia del Redentor, y ¿por qué debe el pecador laborioso y cargado buscar reposo en alguna otra parte? Vamos diariamente a Él en busca de la liberación de la ira y de la culpa, del pecado y de Satanás, de todas nuestras preocupaciones, temores y dolores. Pero la obediencia forzada, lejos de ser fácil y liviana, es carga pesada. En vano nos acercamos a Jesús con nuestros labios mientras el corazón esté lejos de Él. Entonces, venid a Jesús para hallar reposo para vuestras almas.